Alberto Mahía
Las sirenas del Parrote, que es como se las conoce, llevan los últimos diez años de su vida dándose a diario un chapuzón en el muelle. En invierno, cuando hasta en cama hace frío, ellas salen en bañador de La Solana y se echan a nadar. «Lo peor», dice Rosa Sánchez, «es cuando graniza, que nos duele, pero nos metemos rápido en el agua y estamos como reinas». Y «sanas», puntualiza su amiga Pili, que destaca «lo saludable y terapéutico» que resulta un chapuzón.
Este martes, a eso de las 11 de la mañana, justo cuando una nube negra dejó caer un chaparrón de mil demonios y obligó a los más robustos corredores del paseo a buscar refugio, ellas se lanzaron al mar como si nada. Pero no era un día más. Era el día en que tenían que hacerlo más y mejor que nunca, porque querían mostrar con ello su malestar por la prohibición de bañarse en el puerto. No les entra en la cabeza que en el mes de abril una comisión conjunta entre las autoridades municipales de entonces y la Autoridad Portuaria tomasen una decisión «ridícula». Pili Sánchez llega a considerar la medida como un «ensañamiento».