Amapolas en el camino del Pinar

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

24 jul 2019 . Actualizado a las 15:25 h.

Hay días en que uno lee cosas por ahí y tendría ganas de ser Cucaracha en Apocalypse Now. En esa escena, entre las últimas trincheras que separan al Ejército de Estados Unidos del Vietcong, un vietnamita enloquecido insulta desatado a los yanquis, desafiándolos a que vayan a por él. Es de noche. Y Cucaracha, guiado únicamente por la voz del enemigo, carga su lanzagranadas, apunta y apaga los gritos de un solo disparo.

Luego, uno va y abre al azar un libro de Joan Margarit, Un asombroso invierno o así, y lee: «En lo alto de la noche, la mecánica cuántica es un callado Homero que compone su Ilíada». Y, después de eso, uno recupera la fe en el ser humano y ya no quiere ser Cucaracha, sino Margarit.

Y por eso hay que seguir leyendo al escritor que tiene las agallas de afirmar que la poesía es de ciencias y que, para escribirla, resulta más útil saber de matemáticas que de Lope de Vega. Augura Joan Margarit en Un asombroso invierno que pronto no habrá amapolas: «Eliminadas como malas hierbas, van desapareciendo de los campos. Ya no se extenderán las rojas pinceladas del viento en los trigales. ¿Quién entenderá, entonces, los cuadros de Van Gogh?».

Joan Margarit tiene razón. Mientras allá, en lo más alto de la noche, la mecánica cuántica escribía su Ilíada, o incluso su Odisea, se nos han ido las amapolas. No sé adónde. Ni por qué. Tal vez en busca del vellocino de oro, como los argonautas. Pero cuando, de pronto, al subir por el camino del Pinar, como tantas otras veces desde hace más de cuarenta años, al caminar desde Peruleiro hacia Manuel Deschamps por uno de los últimos caminos que le deben de quedar ya a esta ciudad devorada por el cemento y el asfalto, cuando sonrío de nuevo al ver atracada en tierra firme (recién pintada) la barca María del Carmen, justo antes de las escaleras que dan a Manuel Deschamps, subiendo a mano izquierda, me encuentro con un pequeño mar de amapolas aparecidas de la nada, como si unos alienígenas hubiesen vuelto desde un universo paralelo a plantarlas exactamente aquí, en un solar abandonado que las malas hierbas -por algo son las mejores- han tomado al asalto.

Entre las flores rojas y naranjas se cuelan las zarzas y dormitan al sol los caracoles. Y solo por eso se me han quitado de pronto las ganas de ser Cucaracha en Apocalypse Now. Incluso las ganas de ser Robert Duvall en el pellejo del coronel Kilgore ordenando un ataque aéreo para poder hacer surf en la punta de una playa ocupada por el Vietcong. Porque basta un descampado cualquiera en el camino del Pinar, un pedazo de tierra y pedrolos cubierto de amapolas y silveiras, para curarlo todo y para entender, de un solo vistazo, los cuadros de Van Gogh.