¿No conoces a los hombres de Paco?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

MARCOS MÍGUEZ

27 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A mí me gusta más llamarle el Flavio Briatore coruñés porque su moreno llama la atención a mucha distancia, lleva siempre las gafas de sol puestas y luce una melena canosa. Pero en realidad se llama Paco. Y aunque a mí él no me conoce personalmente, yo tengo el gusto de verlo todos los días a la misma hora y en el mismo sitio. No hace falta que quede con él porque nunca falla a la cita, ni siquiera cuando el cielo se cierra en el nubarrón más oscuro. Paco tiene esa certeza del coruñés que cumple a rajatabla con su rutina y es de los primeros que bajan a la playa sin pisar la arena. Sí. Tiene esa habilidad del que llega a Riazor, se despliega con el mínimo esfuerzo y monta un chiringuito que ya quisiera el mejor de los resorts. Junto a él siempre están sus amigos, los hombres de Paco, que se instalan en las rocas de las Esclavas desde las nueve de la mañana.

 Allí Paco y los suyos han ido perfeccionando un sistema de jubilación al que yo desde aquí pido abonarme, si permiten entrada en ese club, porque de lejos parecen ejercitados en el músculo de la felicidad. Por lo menos eso es lo que reflejan desde que amanece hasta que el sol se va. Paco abre la playa a las nueve y a media mañana ya tiene alrededor a un grupo de hombres (a veces llegan a juntarse unos diez) que a modo de harén masculino terminan montando su propio oasis.

Rodeados de las rocas, el máximo esfuerzo que se les ve hacer es organizarse en círculo para jugar una partida de cartas. Una o dos o tres. Que en ese casino improvisado todo reparto de juego es poco. Aunque estiran las toallas, es muy raro verlos tumbados, suelen estar sentados o en las rocas o en las escaleras, si bien este año he visto una evolución en su carrera hacia el estrellato playero. Los hombres de Paco se han bajado unas sillas metálicas de terraza (no de playa, de terraza, insisto) que han montado encima de las rocas acotando todavía más ese paraíso solanero del que disfrutan. No necesitan poner un torno para entrar en su particular club social porque para tener ese carné hay que ser un clásico. Un habitual del buen vivir que se nota en la cara. Paco y sus amigos tienen, desde luego, el moreno obrero del que se lo ha currado de sol a sol, día a día, hora a hora, minuto a minuto, para no pasar desapercibidos. Si se asoman desde la barandilla o si van dando un paseo hasta la rotonda, allí los verán en las primeras rocas de la playa desestresando a todo el entorno en una postal idílica del coruñesismo de pro. Sin hacer mucho ruido, en esa timba eterna de otro verano más, ellos ponen todo su empeño en hacerle frente a la Sirenita de Matadero. Es imposible perderlos de vista. Los hombres de Paco están siempre en su sitio. Ahí los dejo.