El homicida confeso de la calle Honduras de A Coruña: «Perdí la cabeza, no soy un asesino»

Alberto Mahía A CORUÑA

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La jueza envió a prisión al detenido después de tomarle declaración y escuchar sus palabras de arrepentimiento tras estrangular hasta la muerte a su compañero de piso

13 abr 2019 . Actualizado a las 22:41 h.

Ramón María Rodríguez dormirá desde este domingo en el centro penitenciario de Teixeiro. La titular del juzgado de Instrucción número 4 decretó su ingreso en prisión comunicada y sin fianza como investigado por un delito de homicidio.

El autor confeso del crimen de la calle Honduras relató durante más de dos horas frente a la jueza lo que ocurrió en la madrugada del viernes en el número 7 de la citada vía, donde ambos residían desde hacía unos dos años. Reconoció que discutieron y que terminó estrangulándolo con un cinturón. «Perdí la cabeza. Yo no soy un asesino», dijo varias veces. Ya lo había dicho en comisaría, donde también mostró su arrepentimiento. De hecho, tras cometer el crimen no pensó ni un segundo en huir. Llamó a una amiga para pedirle que acudiese al piso, que había matado a Alejandro, y ya ni la esperó. Marcó el 091 para confesar el crimen y aguardó a los agentes en el portal. Los recibió con serenidad, anunciándoles lo que había hecho y lo que se iban a encontrar en la vivienda.

La víctima, el dominicano Alejandro Vilorio, y el hombre que lo mató, el uruguayo Ramón Darío Rodríguez Franco, eran algo más que compañeros de piso. Mantenían una relación. «Se amaban un día y al siguiente se odiaban». Lo dice una amiga de ambos que «en varias ocasiones» medió entre los dos. Se conocieron hace unos años por su vinculación a la prostitución tanto con hombres como con mujeres. Y pronto vivieron juntos en el mismo cuarto y ejercían su oficio fuera de casa. El fallecido tenía alquilado el piso a su nombre y subarrendaba dos habitaciones, cosa que la propietaria desconocía.

Vídeo

Todo se desencadenó a raíz de la publicación de un vídeo con contenido sexual y en el que no faltaban las drogas que la víctima realizó a su verdugo. La discusión fue a mayores y este le puso un pie entre las piernas, lo trastabilló y lo giró. Luego lo agarró por el cuello, se lo apretó fuertemente y notó un chasquido en la garganta del fallecido, tal y como reconoció en su declaración. Al mismo tiempo le sacó con una mano el cinturón que no llevaba abrochado. Se lo puso en el cuello y se lo apretó con todas sus fuerzas: «Vio a su amigo con la lengua fuera y aún se movía, pero minutos después ya se quedó quieto y lo dejó caer en el piso de la habitación», según fuentes de la investigación.

La muerte por estrangulamiento, según los forenses, suele deberse a motivos pasionales. Una persona ahogada de esa manera tarda de 3 a 5 minutos en morir, que es el tiempo que el asesino mantuvo el cinturón apretado en el cuello del fallecido.

La calle Honduras vuelve a la crónica negra

La calle Honduras, en Labañou, es una pequeña vía de apenas 150 metros que ha visto dos crímenes. El de este pasado viernes y el ocurrido el 11 de febrero del 2003, cuando una joven empleada de una empresa de gas fue también estrangulada, pero con un cable. Un crimen que nunca se resolvió.

La chica se llamaba Cristina Rodríguez Paz y tenía 26 años cuando la mataron en la empresa de instalación de gas en la que trabajaba. A pesar del tiempo transcurrido, los equipos de investigación continúan sin obtener pistas concluyentes o testigos que permitan resolver el caso.

En su día fue arrestado un hombre, compañero de trabajo de la víctima, e incluso un juez ordenó su ingreso en prisión, donde pasó dos años imputado de un delito de homicidio. Pero en el juicio un jurado popular lo absolvió por falta de pruebas. Los padres de Cristina continúan preguntándose, 16 años después, quién estranguló con un cable de ordenador a su hija sobre las seis y media de la tarde de aquel día en el despacho del jefe de la empresa en la que trabajaba. Se desconoce quién le pegó un fuerte golpe en una ceja, presumiblemente antes de asfixiarla. No contento con apretarle el cuello con el cable hasta matarla, aún se lo anudó a su garganta con extrema fuerza.

Para el tribunal popular no había prueba de cargo alguna contra el compañero de la víctima, sino solo «un cúmulo de indicios», insuficientes para condenarle. Aquel hombre se libró de los 13 años de prisión que solicitaba el fiscal y de los 15 que pedía la acusación particular. La familia de la víctima recurrió el fallo ante el TSXG. En su recurso, al que se adhirió el fiscal, alegaron que en el veredicto del jurado había «una clara falta de motivación», que no explicaba por qué no se le condenó ni valoraba las pruebas para acreditar su inocencia o su culpabilidad. Querían, en definitiva, que la causa volviese a la Audiencia y que hubiese un nuevo juicio. La apelación no prosperó. El TSXG la rechazó. Los jueces recordaron que el fallo había sido por unanimidad, que al acusado se le declaró no culpable de todos los cargos y que se descartó hasta tres veces que fuese el autor del crimen tras examinar las pruebas inculpatorias y las exculpatorias. Para el TSXG, el veredicto «no era absurdo, ni arbitrario ni irracional. Estaba motivado».