¿Qué fue del veto al calcetín blanco?

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

29 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Me escribe Verónica, una seguidora de estas crónicas coruñesas, planteándome un tema de trascendental importancia para los que fuimos adolescentes entre finales de los ochenta y los primeros noventa en A Coruña: el calcetín blanco. Adjunta una foto tomada en Santa Cruz. Se puede ver en ella a varios chicos con los pantalones por encima del tobillo luciendo orgullosos su calcetines. Pide una explicación.

Para ello hay que viajar de nuevo a esa edad fatídica de los 13/14 años en la que, de repente, cambia todo y necesitas integrarte como sea. Yo confieso aquí ante el mundo: hasta entonces había usado calcetines blancos con normalidad. ¡Buff, lo he dicho! Incluso los asociaba a algo molón. Crecí adorando el vídeo de The Way You Make Me Feel de Michael Jackson. También me causaron impacto los rockers que llevaban aquellos buggies que vendían en Portobello con el pantalón remangado y mostrando calceto sin pudor. Y, por supuesto, las fotos de elegantes y desafiantes mods con una actitud similar hacia esa prenda me enamoraron.

Pero, amigo, llegó la época de las discotecas de tarde. Apareció una ley casi divina. No solo prohibía el calcetín blanco, sino que asociaba su uso casi a la delincuencia. En la puerta de Cassely o Pachá se colocaba un tío con gesto fiscalizador. Nada más tenerte delante, miraba a tus pies. Si asomaba el blanco por el tobillo te podías dar por fastidiado. No entrabas. ¿Por qué? Eras un paleto. Y punto. ¿Lo peor? La chavalada lo asumía como algo normal. Qué penoso todo, ¿no?

Éramos niños queriendo ser adultos y tocaba hacer un curso acelerado de adocenamiento adolescente. Yo he visto a chavales quitarse los calcetines blancos en la calle y probar a entrar sin ellos con aquellos zapatones castellanos granates. También, escenitas lamentables del pobre chaval ahí diciendo que tenía dinero y que quería entrar, pero impidiéndole el acceso por esa falta de decoro estético.

Sea como sea, la norma caló en nosotros. Se interiorizó un rechazo radical hacia el calceto blanco. Directamente, no te sale ponerlo. Chirría. Da grima. No bajas así a la calle ni para echar la basura. Todo hasta que, de pronto, compruebas que las nuevas generaciones lo usan, echando por tierra todas tus convicciones. Aparecen incluso combinaciones tan bizarras como calcetín de deporte con chancletas de natación. ¿Qué nos hemos perdido durante este tiempo?

Recurro a quien sabe de estas cosas. PatricIa García, periodista de moda y colaboradora de La Voz, me dice que es una tendencia total. Ya no es que se pongan, se presume de ellos. «Yo solo uso calcetines blancos», se ríe. Y esa risa me recuerda a cuando en los noventa yo le decía a mi padre que quería unos pantalones rotos por la rodilla. Él no entendía nada. Ahora creo que soy yo el que tampoco se cosca.