En ocasiones veo ortigas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

L. P.

26 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que está de moda la depilación láser y el pubis rasurado, nuestro Ayuntamiento, siempre a contracorriente, ha decidido dejarle el vello largo a la ciudad, tan largo que A Coruña se puede hacer trencitas con esos pelos que le salen y nadie le corta. «Herbicidas non!», proclaman. Correcto, pero ¿qué hay de malo en rapar un poco las malas hierbas que asoman por cada grieta, por cada hendidura?

Lo bueno de esta orgía botánica es que a nuestra ciudad le brotan plantas y flores por todas partes, un poco como esas barbas largas de los hipsters -que ya no sé si están de moda o no- y pronto habrá que salir por A Coruña con una desbrozadora o un machete en el cinto.

 Lo cierto es que esta primavera recién nacida ofrece alguna imagen gloriosa, eso hay que reconocérselo incluso al gobierno local, aunque sea por omisión y no por acción. Ya contamos que el atrio de la colegiata tiene un césped precioso, donde los niños juegan al fútbol alrededor del cruceiro. Cualquier día, cuando sea temporada de bodas, igual en las fisuras de las losas nos sale un arrozal, aunque no sé si se sigue tirando arroz a los novios al salir de la iglesia o ahora todo son pétalos y ñoñerías.

Han regresado a las aceras de A Coruña las plantas de mi infancia. Las ortigas, las espiguillas que nos tirábamos unos a otros para dejarlas clavadas en los jerséis enemigos, los helechos arborescentes a los que dedicó un libro Paco Umbral, las silveiras, que medran en los campos de la Torre y hasta ocultan algún escondrijo para las bandas de gatos que pululan por allí, dientes de león para que los niños soplen sus bolas contra el viento, tréboles y e incluso esa especie que llamamos anís y que huele a anís, pero que no tengo ni idea de si su nombre oficial es anís o no. Seguro que hay una aplicación para identificar las plantas con el móvil, pero no sé qué gracia puede tener eso, así que ya le preguntaremos a un botánico de los que van anotando en su libreta cuántos plumachos y eucaliptos hay por metro cuadrado. O mucho mejor al sabio catedrático Javier Guitián, que en ocasiones ve grelos como yo, a veces, veo ortigas entre el oro de piedra de la Ciudad Vieja.

Una de las estampas más hermosas que nos ha dejado esta costumbre municipal de no depilar A Coruña la he visto en la dársena, en cuyos cantiles han prendido no sé muy bien cómo unas margaritas trepadoras y marineras, que crecen mirando al agua tiesas entre los yates y los pesqueros. Pero lo que hay que agradecer eternamente al Concello es que, por primera vez en muchos años, he vuelto a ver amapolas -sí, unas amapolas rojas y deslumbrantes- en el barrio al que dan nombre. Ya podemos decir que Adormideras vuelve a ser Adormideras.