Abelenda, genio y talento

Jesús Montero A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

Alfonso Abelenda
Alfonso Abelenda CESAR QUIAN

Jesús Montero, de la galería Monty4, recuerda al artista coruñés fallecido la pasada semana

25 mar 2019 . Actualizado a las 18:56 h.

«Pinto como un endemoniado y me vuelvo como alma que lleva el diablo para seguir pintando» (Alfonso Abelenda) 

Hay una carta enviada por su amigo y colega Antonio Madrigal a principios del 95, con motivo de su exposición en La Casa de Galicia en Madrid, que contiene la esencia de la vida y obra de Abelenda y que merece la pena transcribir, aunque solo sea parcialmente, por lo entrañable y cariñosa.

Segovia, enero 95

Querido Alfonso:

Recibo tu programa-libro de la exposición de pintura que vas a inaugurar en la Casa de Galicia, en Madrid. (...) también me han gustado mucho los textos, en especial el de Coll, que te conoce tan bien (y que es hermano nuestro humorista). ¡Y no digamos tu autobiografía-disparate!...

En una cosa no estoy de acuerdo con Coll, el dice: «Pasado el tiempo, Alfonso medio abandonó ese "ligue" llamado caricatura, para contraer nupcias de rigurosa seriedad con la pintura...».

Pienso que no ha existido nunca tal abandono del humor por tu parte (por cierto, que me sorprende que nada menos que un José Luis Coll emplee ese término tan inexacto de "caricatura", cuando debería haber empleado el de "humor"...). El humor, tú y tu grafismo y tu pintura sois consustanciales, y no hay que avergonzarse de ello, ni hablar de géneros mayores ni menores. También están en Goya, en Cervantes, en Saul Steinberg, en Folón, en Ionesco... además: 1) Tú no abandonarás del todo un antiguo "ligue". 2) Tú eres incapaz de contraer "nupcias de rigurosa seriedad" con nadie. Te define muy bien Xabier Domingo: "Artista y aventurero, pintor y pirata". ¡Ese sí que da en el clavo!. En esa anarquía y bohemia tuya, auténtica, está tu gloria y también tu cruz. Tu cruz, porque en estas calendas tú deberías ser un pintor reconocidísimo y cotizadísimo a poco que hubieras empleado el codazo y el autobombo, y no hubieras sido tan autodestructivo (...).Tu gloria es la autenticidad (amén de tu sensibilidad, colorismo, sólido dibujo, sentido artístico y ... violencia contenida). Tu autenticidad consigue tener una abundante minoría de fans abelendinos -no pocos pintores- que cuando ven un dibujo tuyo, dicen: "¡Esto es un Abelenda!", porque al ver el dibujo, o el cuadro, te ven a ti (te vemos a ti) (...)

¡Un gran abrazo y mucha suerte en todo!

Antonio Madrigal

Abelenda empezó a dibujar y pintar en la pared al lado de su cuna (1931) y decide su vocación, después de muchos experimentos e indagar en múltiples disciplinas (arquitectura, matemáticas, astronomía, música...) se afirma como pintor, ya en una adolescencia tardía (mediada la década de los 50). Esa acumulación de conocimientos de diferentes facturas que iban desde los aspectos científicos a los filosóficos, estéticos y existenciales, con las evidentes cargas religiosas y políticas de la época, le permitieron no hundirse en lo que Heidegger denomino «el olvido del ser», esa circunstancia que derivaba de aquella especialización que solo distinguía entre letras o ciencias. Alfonso bebió de todo, por ello su decisión y vocación fue honesta, meditada y, sobre todo libre.

Inundó España de sátira y sarcasmo entre los años 60 y 80 a través de los órganos antisistema de entonces, Don Jose (Mingote), La Codorniz (Álvaro de la Iglesia) o Cambio 16 (Jose Oneto), entre otros; con viñetas de dibujo suelto y personal, exagerando rostros y figuras (a veces desproporcionadas) ,en las que retrata, despedaza y ridiculiza sin piedad toda la miseria social y política de la época con un lenguaje educado, con elegante sorna, surrealista e idiosincrásico y con una exquisita habilidad para sortear la censura, heredero de sus queridos Cunqueiro, Cela y Valle-Inclán. Convierte El Abelendario, su libro humorístico en un histórico de culto.

«Autorretrato de mi Kadáver en el taller» (1997), de Alfonso Abelenda. Autorretrato de mi Kadáver en el taller   (1997), de Alfonso Abelenda
 Mixta sobre lienzo - 130x 97 - 1997
Autorretrato de mi Kadáver en el taller (1997), de Alfonso Abelenda Mixta sobre lienzo - 130x 97 - 1997 ALFONSO ABELENDA

En su etapa de formación Alfonso encuentra en El Prado (su Templo y Academia), a los que serán sus maestros: Velázquez, Goya, Zurbaran..., los que aflorarán de un modo casi continuo en su obra a modo de homenajes, unas veces con lenguajes manieristas y otras con fórmulas cargadas de modernidad, expresionistas, cubistas o casi abstractas. Lo que recuerda y refiere este espacio impregna su obra, es recurrente Velázquez y don Diego, las Meninas y los perros, el autorretrato del estudio, sus querencias y pasiones, la devoción por la mística de lo intangible, la seducción por lo bello; poco mas importante que no sean sus amores.

Alfonso Abelenda comienza a trabajar en una dirección en la que sublima escenas tan cotidianas y prosaicas como retratos de familia, primeras comuniones, un gaiteiro o un abrakadabra, un florero o un bodegón en las que dinamita cualquier tipo de concepción estética. Formula una especie única (abelendiana) que podría traducirse el algo próximo al cubismo-tenebrismo-surrealismo. Es la década de los 90.

«Me preocupa enormemente la abstracción plástica», confesaba en una suerte de autobiografía incompleta de 1995, época en la que trabajó compulsivamente en el estudio de esa corriente plástica, sobre todo con obras que trataban de marinas, bodegones y flores, en las que siempre subyace una diluida pose figurativa. Anteriormente, no obstante, habría elaborado, mucho antes (entre el 76 y 79) una singular serie absolutamente abstracta y matérica: La Creación, de connotaciones telúricas y metafísicas, serie en la que se entusiasma al punto de llegar a la negación absoluta de la forma: solo materia y color.

Trabaja en el retrato iniciándose con obras de corte clásico, tanto a nivel compositivo como cromático, que irán evolucionando paralelamente a la evolución estética e intelectual del artista, nutrida por sus viajes a los lugares de culto del arte o por el contacto con grupos y corrientes artísticas, hasta llegar a propuestas pictóricas que van desde el expresionismo, al surrealismo, pasando por obras de acusada tendencia cubista o baconiana, próximas en algún caso al esperpento. En otros retratos posteriores, normalmente realizados por encargo, recupera un clasicismo informal, próximo al pop-art.

El paisaje, asimismo, impregnó su obra allá donde estuviera, en El Rif, Barcelona, Madrid, las tierras de Castilla, la mariña gallega o su Coruña natal, con formulaciones que desde el academicismo alcanzan posturas próximas a la abstracción (paisajes del Rif, Bab-Tazza y ultimas marinas), pasando por discurso geométricos o cubistas.

El erotismo es una posibilidad o una quimera, para Alfonso las dos cosas, por eso trato el asunto fuera de toda afectación, con distancia, con unos escenarios cargados de desvergüenza, divertimento y hedonismo, a la manera de Kundera en su Libro de los amores ridículo.

La tauromaquia, del mismo modo que al eros, la despoja de carga emocional, llevándola a escenarios de ese humor sabio, sagaz y fresco que caracteriza la obra de Abelenda.

No cabe duda de que Madrigal entiende el compromiso de Alfonso con el arte y su modo de aprehenderlo. Ha sido su vida y, en los últimos años a pesar de sus limitaciones visuales seguía pintando (su última obra, La Coruña, La Marina de Puerta Real, está fechada en 2019) . Si la pintura fuese una disciplina como la literatura o la poesía, por ejemplo, Alfonso seguiría pintando, del mismo modo que Borges siguió escribiendo después de quedarse ciego con los ojos de Maria Kodama, que escribía al dictado; o como Beethoven que ya sordo, imaginando con los oídos del alma los sonidos de viento, metales, percusiones y voces, compuso la Novena sinfonía. Pero la pérdida de visión en Abelenda le impide lo más esencial de su forma de operar: el diálogo con el cuadro. El permanente rehacer su composición y equilibrio, su cromatismo y textura, el brillo y la luz, el tono y el matiz, la densidad o la sensación de lo liviano no se pueden dictar como un cuento, un relato o un poema; su mano imprescindible es reclamada constantemente por el dibujo y el color. No hay lugar para otra opción. En su oficio, Alfonso estudia, observa, investiga, experimenta y pinta, por ello no le pueden trabajar al dictado.

Abelenda es sinónimo de inquietud y vitalidad, de genialidad y talento; su historia, ampliamente biografiada, está atravesada por tantas pasiones y aficiones, que relatarlas sería una tarea ardua e inconmensurable: estudiante de Arquitectura en Madrid, campeón de España de los 110 m.v. de atletismo, jugador de rugby, música, teatro, estudiante de ciencias exactas, astronomía, actor en películas de romanos, westerns y cómicas, tertuliano en el Café Gijón (está en la galería de personajes ilustres de la taberna), legionario en Marruecos, pregonero, nómada por tierras del Riff, Madrid, Santiago, Montevideo, Caracas, París, Londres, Al-Andalus, Nueva York, Los Ángeles, Nueva Orleans, Berlín (observa el muro, lo cruza y lo vuelve a cruzar)... muchos amigos y amigas castas, Caballero de la Orden de Maria Pita (su tatarabuela), miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Galicia, humorista y, sobre todo pintor reconocido y premiado.

El 21 de marzo, el día que se inicia la primavera, se ha ido dejando un hueco difícil de rellenar.