«Sensación de vivir» a la coruñesa

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Tori Spelling (con camiseta roja), con sus compañeros de Sensación de Vivir
Tori Spelling (con camiseta roja), con sus compañeros de Sensación de Vivir

08 mar 2019 . Actualizado a las 10:21 h.

La muerte de Luke Perry, el actor que encarnó a Dylan en Sensación de vivir, nos ha empujado a hacer un ejercicio de nostalgia a casi todos. Aquellos sonrientes primeros años noventa de bizarrismo en Tele 5, espíritu olímpico Barcelona 92 y Bailar pegados en Eurovisión proponían una cita los viernes por la noche que casi nadie se quería perder. A un servidor todo ello le cogió con el pie cambiado. Un día mi compañera de clase estaba suspirando por el tal Dylan, hablando de unos tales Brenda y Brandon y diciendo que se grababa en vídeo los capítulos de la susodicha serie para recrearse en ella.

La serie iba de niños pijos con problemas de pijos. Y lo que se promovía en el ocio juvenil de A Coruña de entonces también resultaba pretendidamente pijo. Que finalmente lo fuera de verdad ya es otra cosa. La discoteca más popular de entonces era Pachá, en As Xubias. Allí se sublimaba toda la tontería de las marcas, el «tú entras y él no» y la ridícula sensación de sentirse especial con ello. ¿Un ejemplo? Al local no se podía acceder con zapatillas de deporte. Pero existía una excepción: que fueran de la marca Dunlop o Reebok. Así se nos reglaba en nuestra juventud.

Eran tiempos de gomina, mucha gomina. El tupé de Brandon no se sostenía sin ella. También, días de llevar los pantalones Liberto casi a la altura del ombligo (algo que parece que vuelve, por cierto). Y de cosas tan espantosas como los zapatos amarillos Panama Jack. Poco después se combinaban con pantalones de cuero, igual que lo hacía Jesús Vázquez en el programa Hablando se entiende la basca. Hubo algún amago de botas de cowboy y todo. Lo cierto es que la revisión estética difícilmente aguanta la sonrisa.

Pero así vestidos nos creíamos Brandon y Brenda. Unas veces en Pachá. Otras en la Real. También en locales como Caruso, Agarimo o Posavasos. Existía la opción de Baroke los sábados por la tarde (muy cuestionada por los pijos y aspirantes a ello, ojo). Y hasta Oh La La en O Burgo los domingos. Ahí chocaban los Hombres G y Duncan Dhu con el incipiente bakalao. También chocaban, a veces, unos gallos con otros y terminaba la cosa a golpes. Sí, igual que en la serie, las peleas de honor masculino eran frecuentes. Puños para aquel que osase mirar a la chica que no debía mirar y demás muestras de hombría cutre (esperemos que) ya superada.

Muchos suspiran por los maravillosos y locos años ochenta y no sé cuanto habrá de mitología. Para mí aquellos primeros noventa en esta ciudad resultaron un despropósito. Ahí, en la tarde-noche, muchos jugaban a ser Brandon y Brenda, pero al llegar a casa eran Tonecho y María. Vecinos de un barrio coruñés muy lejano a aquel Beverly Hills que, por unos años, creímos que caía cerca de la plaza de Pontevedra.