Una viaje a la eternidad de corto minutaje

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN

A CORUÑA CIUDAD

ECHO & THE BUNNYMEN DURANTE SU CONCIERTO EN LA SALA PELÍCANO
ECHO & THE BUNNYMEN DURANTE SU CONCIERTO EN LA SALA PELÍCANO

Echo & The Bunnymen recrearon con solidez su repertorio mítico en A Coruña en un concierto breve pero emotivo

18 feb 2019 . Actualizado a las 10:56 h.

Cuando en 1984 Echo & The Bunnymen publicaron The Killing Moon adquirieron un pasaporte a la eternidad. Ayer este tema sonó en la sala Pelícano ante un público bastante más adulto de lo habitual por esos pagos. Ian McCulloch la presentó como la mejor canción que había hecho nunca. 35 años más tarde, la pieza desplegó toda esa capacidad para trascender. Puede que el cantante ya no dibuje las ondas de su voz con la frágil precisión de antaño. Puede que la silueta de la banda sobre las tablas no sea tan atractiva como en los días de pelo en alto y los abrigos bajos. Puede que el discurso de la banda resulte hoy más evocador que rompedor. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que cuando en el escenario se hacen de carne y hueso canciones como esa brota un placer muy particular dentro de la audiencia. Por un momento, parecía mirar a esa misma eternidad.

Hubo muchos pellizcos como estos anoche. Echo & The Bunnymen vinieron a hacer más o menos lo que se esperaba de ellos. Repasando prácticamente todos los clásicos. Haciendo escasas paradas en su repertorio posreunión, como la bonita balada Rust. Y recreando a The Doors y Lou Reed, con respectivas lecturas de Roadhouse Blues y Walk On A Wild Side. En el fondo, pretendían acercar al público su deseo real: ofrecer un concierto lo más parecido a lo que tuvo que hacer sido el grupo en los ochenta, cuando esos Doors y Lou Reed eran códigos que se escapaban a la masa. Lejos de ocupar espacio en emisoras nostálgicas, se revelaban como caminos hacia un rock desconocido.

Por difícil que parezca,  al sonar Roadhouse Blues ocurrió eso. O quisimos que se ocurriera eso: la vibración oscura que se conecta con Bowie y la Velvet Underground. En el caso de Echo & The Bunnymen de ahí surge una belleza eléctrica de ocasionales ribetes arabescos y, ocasionales también, dibujos psicodélicos obra del maestro Will Seargent. Permanece intacto su poder. Resulta meritorio exponerlo con tanta solidez y fuerza tantos años después. No debería ser una sorpresa, ya que la banda lleva años y años paseándose por los festivales ibéricos con esa plausible solvencia. Pero sí debería subrayarse cómo siguen abordando su greatest hits sin que este muestre una sola arruga.

Se les podría reprochar cierta sensación maquinal de ir con piloto automático. También, poniéndonos exigentes, el escaso aprecio de la banda por su material de de los noventa y dosmiles, que en algunos casos resulta bastante reseñable. Pero en cuanto suenan temas como Rescue plantarse en la queja supondría quedarse sin disfrutar de una sucesión de reencuentros maravillosa. Bien esa con la zozobra de Over The Wall, bien sea con la guitarra carismática de Bring On The Dancing Horse, bien sea con ese The Cutter crecido con levadura escénica.

En el bis ofrecieron una vibrante versión extendida de Lips LIke Sugar y, tras ella, llegó la decepción. Llevaban apenas una hora y diez minutos sobre las tablas y no volvieron a salir, pese a que los set-list de esta gira incluían un Ocean Rain final. Borrón último de una noche disfrutable, que podría haber sido aún más, a poco que estirasen el minutaje con joyitas de su repertorio. Pero esta banda entiende que un bolo en el año 2019 por el que la gente paga 25/30 euros debe ser así. Craso error.

Echo & The Bunnymen rivalizaron con U2 en los ochenta, pero al final ellos se quedaron con el culto y Bono & cia con los estadios. Ayer, en cuanto decidieron que su pase había concluido, sonó la música de la sala. ¿Qué tema fue el primero en sonar? Desire de U2. Ironías del destino.