Chueco se despide de su vida en cueros

Por Pablo Portabales

A CORUÑA CIUDAD

Eduardo Pérez

El artesano uruguayo que fundó los Kilomberos de Monte Alto celebró su jubilación en la tienda de la calle del Orzán que a partir de ahora dirigirá su sobrino

13 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Me jubilo, pero queda Chuequín, mi sobrino, que trabaja muy bien», comenta Chueco con su acento mitad de Montevideo, mitad del Orzán. Hace cuatro décadas que Alberto Busto (por su nombre del DNI nadie lo conoce) llegó a nuestra ciudad. «Llegué en mayo del 78. Mis padres ya estaban aquí y tenían una tienda en la Gaiteira», recuerda. Fue de los jipis pioneros en la calle Agar. «Primero vendíamos en la calle Real y la policía nos echó. Fuimos al pleno del Ayuntamiento a protestar. El alcalde era Merino. Tras algunas reuniones nos asentamos en Agar», relata. Había aprendido el oficio con 15 años. «Con un amigo paramos en una feria en Punta del Este. Él se compró unos mocasines y pensé, esto lo puedo hacer yo. Me formé y empecé con carteras, bolsos...», cuenta este veterano que a lo largo de su vida hizo miles y miles de pulseras. «En Uruguay con mil sandalias compraba un seiscientos y cuando llegué aquí con mil pulseras. Los artesanos triunfamos porque hacemos algo diferente que la gente no encuentra en otro lado. Cierto es que estamos en vías de extinción y que la media de edad es muy alta. No hay gente de menos de 30 años. Son todos puretas», reflexiona. Chueco montó su primer taller en la calle de la Estrella, después en Francisco Añón y en la calle Cantábrico hasta radicarse en el Orzán, donde ayer celebró la fiesta de despedida. La verdad es que a este uruguayo coruñés siempre le fue la marcha. Fundó los Kilomberos de Monte Alto, impulsó la feria medieval, o el Soho coruñés. «He aportado cosas a esta ciudad», reconoce con emoción desde la atalaya de sus 65 años. Mañana se marcha de viaje. No volverá hasta abril. Un merecido premio para este hombre tras toda una vida trabajando en cueros. A la entrada del número 125 de la calle del Orzán instaló ayer una mesa, mientras en el interior, entre bolsos, carteras e infinidad de artículos de cuero, preparó una paella, que sumó al churrasco, los chorizos criollos y la bebidas con las que agasajó a las decenas de invitados que acudieron a su fiesta de despedida.