Los que duermen en la calle en A Coruña ante la ola de frío: «Prefiero el biruje a un albergue»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Marcos Míguez

Algunas de las 10 personas que estos días gélidos viven a la intemperie muestran su rechazo a ir a un refugio

09 ene 2019 . Actualizado a las 15:16 h.

La vida bajo un puente no necesita demasiada explicación. Son historias de gente corriente que a ritmo de ametralladora pierde el empleo, la casa, la familia y los amigos. La radiografía es terrible. «Sí que hay ratas, pero creo que me tienen más miedo ellas a mí que yo a ellas», comenta riendo una de las dos personas que en estos días tan gélidos duermen bajo el puente de Alfonso Molina que une Caballeros con San Cristóbal. «Estos días están viniendo voluntarios a traernos cafés, algo de comida y mantas», dice un hombre que cuenta su vida «sin problema», pero no quiere que le hagan fotos. Ambos duermen sobre un colchón y bajo una montaña de mantas. Tantas, que «te olvidas de que hace frío». ¿Ir a un refugio? «Nunca», responden a la vez. Uno es rotundo: «prefiero el biruje a un albergue»

No solo ese acueducto se volvió hogar. «Hay otros apartamentos más abajo, en el puente donde termina Juan Flórez», informa con sarcasmo Antonio, asturiano de 46 años, que hace tres buscó fortuna en Galicia sin encontrar más que penuria. Historias iguales o parecidas a esa hay un repertorio. Personas que, empujadas por la pobreza o por la desigualdad, por el alcohol o por las drogas, por la falta de afecto o de trabajo, decenas de muchachos bien criados en barrios más o menos obreros, se fueron quedando a la intemperie.

Alguno lleva ahí más de dos años. En las mismísimas puertas de la ciudad, sin agua, sin luz, sin aseo y sin permiso, jugándose el cuello en el arcén inclinado de una vía por la que pasan 130.000 vehículos al día. «Me molesta más el ruido que frío», cuenta uno de ellos. 

 

Hay otra persona que también duerme en la calle, en un comercio abandonado de Os Mallos. Dice que estos días está bebiendo «más de la cuenta» porque Manuel Fernandes combina las mantas con el vino para pasar la noche. 

Conservera Celta

En A Pasaxe no se duerme en la calle, pero casi. Aberto Alegre sale de su chabola en camiseta y sin calcetines. Y no lleva capa de superhéroe. Pese a vivir a la orilla de una ría donde por las noches el termómetro está rondando los cero grados, no siente frío. «Los que estamos aquí ya no tenemos de eso», dice. «Es que no tenemos piel, tenemos cuero», replica su vecino Antonio, que parece que no bromea. Fortachones aparte, lo cierto es que ayer por la mañana todo el poblado estaba metido en sus chabolas al calor de las estufas de leña. Santiago es uno de ellos y, aunque dice sentir frío, no parece importarle demasiado. «Tenemos problemas más importantes», contesta. Acostumbrados o no al frío, quedan 25 familias en A Pasaxe.

José -nombre ficticio- ha descubierto que «como A Coruña no hay otro sitio donde los pobres estemos tan bien atendidos». Lo dice porque por las mañanas le ofrecen un lugar en el que ducharse y dejar la ropa a lavar; le dan el desayuno, luego la comida y hasta la cena. También hay entidades a las que acude cuando necesita dinero. Pero lo que es dormir, José duerme solo y en la calle. No quiere a nadie a su lado, de ahí que escape de los albergues: «Quiero estar tranquilo, sin peleas, robos y sin aguantar a gente violenta». 

Frente al mar, a la intemperie

De la misma opinión es la mujer más expuesta al frío que hay en la ciudad, la que vive en los bajos del Millenium. Seguía ahí ayer. Nada de refugios o albergues donde hay un horario y unas condiciones que no quiere para ella. «Aquí estoy bien y no necesito que me ayuden», dice la mujer.