Un incidente en el túnel de María Pita saturó el lunes el centro al no habilitarse rutas alternativas. Esta mañana ha sido reabierto al tráfico. Participa en nuestra encuesta: Ante atascos de esta magnitud, ¿habría que permitir la circulación por la Marina?
11 dic 2018 . Actualizado a las 11:56 h.Un nuevo incidente en el túnel de María Pita volvió el lunes a dejar al descubierto la falta de alternativas al paso subterráneo para evitar el colapso del tráfico en el centro y los accesos de la ciudad. Alrededor de las 11.50 horas de ayer, un camión que transportaba cristales y excedía los 3,2 metros de gálibo rasgó el cableado eléctrico cuando se dirigía a As Atochas y obligó a cerrar los dos ramales del túnel hasta bien entrada la tarde, sin que desde el Ayuntamiento se habilitasen las variantes circulatorias, como la de la Marina, que reclamaban numerosos afectados.
Durante el martes por la mañana el túnel fue reabierto al tráfico, situación que favoreció la fluidez de la circulación y evitó que se repitiesen imágenes como las de ayer, con todo el centro colapsado.
Tras casi siete horas de retenciones fundamentalmente en el paseo marítimo, San Andrés y Alfonso Molina, a las 18.30 horas del lunes los técnicos consiguieron restablecer el alumbrado y el resto del sistema eléctrico -vigilancia, seguridad, ventilación y señalización- en el Parrote y abrieron el tramo entre la Avenida do Porto y San Antón. El trecho de María Pita -el «menos operativo» por su gálibo limitado, explicaron fuentes del 092- quedó cerrado y hasta esta mañana no estaba previsto que se reabrise, como al final sucedió. Mientras miles de personas se veían atrapadas en el atasco, en un pleno de más de seis horas apenas se hizo una pequeña referencia al caos de tráfico. El PSOE criticó, en medio de otra moción, que no haya planes para habilitar rutas alternativas en situaciones como la de ayer.
«Era muy importante habilitar el del Parrote, porque por allí pueden circular autobuses y camiones», indicaron desde la sala de pantallas de la Policía Local. Pocos minutos después, a las 19.00 horas, el tráfico «ya era el habitual en cualquier día del año», informó uno de los agentes que participaron en la regulación de las frecuencias de la red semafórica, especialmente en el paseo marítimo, las entradas y salidas del túnel de Juana de Vega, por el que se desviaron miles de conductores (en dirección entrada, sobre todo), y San Andrés, en ambos sentidos.
A mediodía, añadiendo caos al caos, un autobús de la línea 11 que se enganchó con unos andamios que estaban montando en el número 50 de Panaderas agravó las retenciones en esta calle, única vía de salida, junto con el paseo marítimo, para los vehículos procedentes de Monte Alto, Ciudad Vieja y parte de Pescadería. Los bomberos tuvieron que acudir para afianzar la estructura y liberar el vehículo, y en la media hora que estuvieron trabajando hasta cinco autobuses quedaron bloqueados sin poder avanzar por la calle del Orzán, provocando largas esperas y congestión en las paradas. Un vecino de Monelos relataba que tardó casi una hora y media en llegar en bus a su casa desde la plaza de Pontevedra.
El cierre del túnel no llegó a bloquear completamente la circulación -«aunque muy lenta, fue continua», matizaron desde el 092-, pero motivó quejas y opiniones a favor de abrir al tráfico la Marina en circunstancias excepcionales como la de ayer, una alternativa que ya se planteó en la serie de atascos encadenados del 2016. Aquel año el gobierno local tuvo que corregir fallos de señalización después de que varios camiones y autobuses escolares quedasen atascados en apenas unos meses.
El insólito serial de seis atascos en cuatro meses
Treinta y un años del túnel de María Pita, dos y medio del tramo del Parrote y el atasco de grandes vehículos que no cesa. «Ahora con los GPS los conductores atienden más al cacharro que a la señal que tienen delante y pasa lo que pasa», sugería ayer uno de los policías locales encargados de regular el embotellamiento que provocó el último incidente en el paso subterráneo. El primero ocurrió en julio de 1987, solo dos meses después de la inauguración del corredor que entonces comunicaba Puerta Real con la plaza de las Atochas y daba acceso al aparcamiento construido debajo de la plaza. Un autobús estrenó aquel día el serial de los gálibos desapercibidos, que en los años siguientes dejó nuevos episodios en el túnel y los consiguientes colapsos circulatorios en el resto de la ciudad.
Desastre inaugural
El sumun del fenómeno llegó a mediados del 2016, cuando la experiencia acumulada en veinte años y el método del ensayo-error que normalmente va puliendo los fallos quedaron desplazados tras la inauguración del tramo del Parrote y la reorganización del tráfico derivada de la peatonalización de la Marina. En menos de cuatro meses, seis vehículos quedaron atascados en el punto más negro de la ciudad subterránea, causando destrozos de distinta envergadura.
En todos los casos los problemas surgían en el tramo más antiguo, debajo de María Pita, donde el gálibo no supera los 3,2 metros, y no solo respondían a la falta de atención de los conductores. Prácticamente hasta la entrada del túnel no existía señal alguna que advirtiera de la altura máxima de los dos tramos. Una vez dentro, las señales se multiplicaban. La mejora de la señalización no fue inmediata, pero una vez que se afrontó los incidentes desaparecieron. Hasta ayer. «Pero es muy fácil. Solo hay que probar el GPS y ver qué pasa», deslizó un agente.