De la Sinfónica de Galicia a la calle Real

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Marcos Míguez / Iago García

Un violonchelista de primer nivel toca en la vía pública para tratar de superar la pérdida de una pierna y de su empleo

10 oct 2018 . Actualizado a las 11:16 h.

Desde que suena la primera nota de su violonchelo es evidente que no es un músico callejero más. Algo no encaja. Con su silla de ruedas y una pierna amputada se instala en una de las esquinas más concurridas de A Coruña, desenfunda su instrumento y empieza a tocar. Asoman las suites para chelo de Bach, el My Way de Frank Sinatra... Y la calle Real cobra vida. Una vecina se acerca: «¿Dónde se había metido usted? Lleva tres días sin venir por aquí y esto está más alegre cuando viene a visitarnos».

Vladimir von Litvikh (San Petersburgo, 1967, y de origen alemán) sonríe y sigue tocando. En realidad no puede dejar de hacerlo. Toca «para sobrevivir», para remontar «un bache del destino». Y por ahora solo dispone «de la calle». Estuvo en el nacimiento de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) en 1992. A las pruebas de audición llegó con el concierto de Dvorák preparado, pero la OSG no lo tenía en programa, así que le dijeron que volviese con uno de Haydn. Se encerró una noche, practicó, regresó al día siguiente y obtuvo una de las dos plazas disponibles para 385 candidatos.

Como Forrest Gump

En la que es posiblemente la mejor orquesta de España se mantuvo 26 años, hasta que el pasado 1 de febrero se quedó en la calle, ya sin la pierna que le habían amputado en octubre del 2017 por un problema circulatorio. La vida se le vino encima. «A partir de ese momento -resume Litvikh- tenía dos alternativas, o me encerraba en casa y enfermaba hasta morir o encontraba una salida digna». El violonchelo fue la herramienta. El escenario, la calle, que le permite volver a sentirse persona, porque «un músico está muerto cuando no tiene a nadie que lo escuche», sentencia.

El día que tocó fondo cogió su chelo, preparó un repertorio, practicó con las muletas, adaptó un coche para desplazarse y se plantó en la calle Real. «Me dio tanta fuerza... -se emociona-. Fue como un vaso de energía. La música que sale de mi violonchelo entre las piedras de esta preciosa ciudad es ahora el grito de mi alma, necesito seguir tocando donde sea y sobrevivir moralmente», proclama orgulloso.

Vladimir se siente «un poco como Forrest Gump». El «¡Corre, Forrest, corre!» de la película sería en su caso el «¡Toca, Vladimir, toca!». «En una situación como la mía -reflexiona mientras deja en el aire los primeros compases de una sonata de Brahms- es fácil venirse abajo. Pero he decidido que eso no me interesa, hay que ser fuerte y continuar. La vida da muchas vueltas».

A la amputación de su pierna siguieron otras cinco operaciones y la pérdida de un músculo «que no me debían haber quitado -dice-, porque ahora tengo muy difícil mover una prótesis», así que teme verse abocado a la silla de por vida. El Estado le concedió una incapacidad permanente (él reclama la absoluta) que le impedía seguir tocando en la orquesta. En la valoración de la minusvalía por el tribunal médico le concedieron «solo un 55 % porque atendieron tres diagnósticos de 18», por lo que recibe cada mes una cantidad «pequeña». La orquesta «no tiene culpa de todo esto, pero sí la Administración, tal y como está la normativa», que dice que lo ha dejado en una situación delicada.

Con Pavarotti, Kraus y Caballé

«Ahora mis ingresos han bajado considerablemente, más de mil euros cada mes», confirma Vladimir, que, cuando toca, abre el estuche del chelo para recibir la voluntad de la gente. «En una jornada puedo conseguir unos quince euros en monedas, pero tres ya se me van en el párking, y siete u ocho en gasolina [vive en Abegondo, a 30 kilómetros]». Pero la razón de su presencia en la calle no es solo económica, sino también existencial: la necesidad de salir a flote. «La sonrisa de un niño cuando me escucha hace que todo esto valga la pena», valora este profesional que ha tocado con Pavarotti, Kraus, Domingo, Caballé, artistas «irrepetibles» a los que trató personalmente; un pasado de gloria que no le impide ahora actuar en la calle.

Es su nuevo escenario, y toca sabiendo que su trabajo como intérprete de primer nivel «se acabó». Sin la pierna pierde uno de los cuatro apoyos que necesita un violonchelista: «Me limita entre un 30 y un 35 %, y en algunos registros necesito corregir la postura con trucos. Es evidente que sería complicado volver a formar parte de una orquesta tan fantástica como la OSG».

Encuentros con compañeros

El público de la calle le depara también algunas sorpresas. «Mis antiguos compañeros, entre los que hay personas maravillosas, se paran a oírme tocar. También Andrés Lacasa, gerente de la Sinfónica, me saluda con educación, se queda a charlar... Aunque hay quien hace también como si no me conociese», lamenta dolido.

Y es el gerente de la OSG el que más impresionado parece por la actitud del intérprete ruso. Lacasa se quedó «impactado» la primera vez que se encontró a Vladimir, hasta que recibió sus oportunas explicaciones. «Es un gesto valiente e inteligente que demuestra la grandeza de un músico excepcional, y una lección que nos da a todos». Considera que tocar en la calle es también para Litvikh una cuestión de salud y que de ninguna manera pierde «su dignidad» por ello.

MARCOS MIGUEZ

Con un alumno aventajado... de 74 años

Ironías de la vida, a veces las puertas de la música se cierran para los profesionales cualificados. «Probé suerte en conservatorios [podría trabajar como profesor], pero no es fácil, y casi imposible para extranjeros, a los que lo primero que les piden es un difícil examen de gallego». Por ahora se centra en dar clases particulares. Entre sus alumnos encontramos en su casa de Abegondo al madrileño José Bourkaib, que a sus 74 años es un estudiante aventajado, confirma Vladimir. José se presentó en su día ante el músico con absoluta sinceridad: «No sé ni cómo se coge el arco y no tengo ni idea de solfeo, pero me encanta la música». La respuesta de su maestro fue contundente: «Eso déjamelo a mí».