Un niño en lo más alto de la torre Hercón

Javier Becerra
Javier Becerra CRÒNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

TORRE HERCÓN
TORRE HERCÓN J.B.

28 sep 2018 . Actualizado a las 12:03 h.

Si a los niños del año 2018 les sigue impresionando la magnitud de la torre Hercón, imagínense lo que suponía ponerse frente a ese gigante de hormigón a principios de los ochenta. Cuando en la ciudad no había ni El Corte Inglés y un simple paseo por la calle Real -con tanta luz, tanto juguete y tanta gente- deslumbraba hasta cegarte, ir ahí y meterse dentro del rascacielos más alto de la ciudad imponía. Incluso daba un poco de miedo.

Yo lo hice por primera vez allá por el año 81. El responsable del grupo de teatro del colegio era muy implicado. A base de insistir, conseguía colarnos en prensa de cuando en cuando. La singularidad de que unos imberbes de seis y siete años desarrollasen una obra más o menos larga (Fuco y el hada novata recuerdo que se llamaba) era el gancho. Y aquel día nos metió en algún hueco libre de la programación de la antigua Radio 80, situada en lo más alto de la torre, donde ahora está la Radio Galega. Nos iban a entrevistar.

Allí nos plantamos todo el grupo de teatro, acompañados de nuestros padres. Entramos por la calle Costa Rica y miramos a lo alto. 106 metros más arriba se encontraba la cima del edificio ¿más alto del mundo? Por favor, volvamos atrás. A Coruña, 1981, seis añitos y un micromundo reducido al colegio y una vida de barrio tipo Cuéntame. ¡Claro que nos lo parecía!

Sí que se trataba del inmueble de mayor altura de Galicia y, cuando se terminó de construir (1975), el tercero de España. Subimos por sus majestuosas escaleras y entramos en el hall. Allí nos informaron de cómo usar el ascensor. Muchos ni siquiera lo teníamos en nuestra casa. Alguien dijo que había que aguantar la respiración dentro. Otro que teníamos que ir al baño antes, por si nos entraban las ganas. Y nos metimos por turnos como quien entra en una cápsula hacia un mundo desconocido. ¿Y si se para? Dicen los veteranos del edificio que el ascenso completo duraba entre dos y tres minutos En el particular cronómetro infantil nos pareció una o dos horas.

Al llegar el ascensor se encontraban los demás. Sanos y salvos. Unos aseguraban no haber sentido miedo. Otros que les había encantado. Mientras nuestros ojos vivos irradiaban emoción al ver desde allí arriba toda la ciudad como jamás la habíamos visto. Al final, lo de la radio era lo de menos. Lo de importante era habernos sentido astronautas urbanos por un momento.

Han pasado 37 años de aquello. Ahora el trayecto al piso 25 de la torre se completa en menos de un minuto. E ir a las grandes ciudades y subir a sus rascacielos es más usual. Pero el otro día subí y, contemplando la ciudad desde allí arriba, volví a experimentar una sensación plenitud indescriptible. Y pude ver en los niños que iban conmigo la misma mirada brillante y vibrante. La que una tablet aún es incapaz de lograr.