Pablo Portabales
Está sentada en un butacón de piel. En su enorme salón del Parrote hay abarrote de recuerdos. Veo infinidad de fotografías de la familia (tiene 7 hijos, 16 nietos y un bisnieto en camino). Hay una en color de Josemi Rodríguez Sieiro. En otra, en blanco y negro, ella y su marido cenan en la parrilla del Ritz y en la mesa de al lado está Robert Taylor. «Ya llovió. Caramba si ya llovió. Vieja soy, pero no quiero parecerlo», comenta sonriente Lolita Pascual Quintás. «Una mujer de rompe y rasga», apunta su hija Muñeca, que a ratos se incorpora a la charla. Anochece. Desde el ventanal de esta elegante casa, A Coruña parece una postal con movimiento. Me ofrece un café (con cucharilla de plata) y unos dulces. Ella toma tónica. «No me preguntes la edad que tengo. Celebro el santo, pero nunca el cumpleaños», aclara. Viste de manera elegante y luce un colgante y unos pendientes imponentes. «Salgo arreglada incluso para comprar el pan. Nunca salí a la calle de cualquier manera. En mi vida me puse un pantalón porque no me favorece por el cuerpo que tengo. Parezco paticorta. No entiendo a esas chicas que llevan shorts y sus piernas son horrendas», reflexiona. «Me quedo con mi época. Ya sé que ahora hay adelantos, pero antes la ciudad era mucho más glamurosa. Empezó lo barato y cambió todo», sentencia.