Alvedro no es un capricho inútil destinado a calmar la presunta megalomanía de los ciudadanos del área coruñesa. Es la perfecta definición de lo que siempre ha sido A Coruña: se puso en marcha por el empuje de los empresarios que ya sabían que para competir necesitaban reducir sus tiempos de desplazamiento a cualquier lugar del mundo.
El alcalde socialista Francisco Vázquez tuvo muy claro que el aeropuerto era una pieza clave para el desarrollo de la ciudad. Asumió, casi en solitario, el desgaste de pelear por una infraestructura vital en el siglo XX y que aún es más importante en el entorno globalizado del XXI. Le tacharon de iluso, de localista, de despilfarrador; simplemente era un coruñés luchando por su ciudad. En ese estado de permanente competencia que mantienen las ciudades en la procura de su desarrollo, a nuestro aeropuerto apenas se le regalaron oportunidades: todas hubieron de ser arrancadas actuando con firmeza. Sin embargo, Alvedro levantó el vuelo y fue logrando pequeños avances: primero las conexiones a Madrid, luego las de Barcelona, una internacional a Lisboa, otra, la más envidiada de todas, a Heathrow. Todo ello en solitario y pese a la resistencia de no pocos estadistas de salón.
Hoy, Alvedro ha superado el millón de usuarios y dudo que ningún coruñés se desplace a Oporto para viajar a Madrid o Barcelona. Está al límite de uso y en clara compensación a su éxito recibe, como siempre, la misma incomprensión presupuestaria. El director de Aena, ejecutivo procedente de un entorno político muy concreto, de ese cuyas andanzas avergüenzan a nuestro país en el extranjero y han sembrado el estupor entre la ciudadanía, nos amenaza ahora con no invertir en nuestro aeropuerto. Y lo hace con argumentos mendaces que traicionan lo acordado en documentos firmados por sus propios antecesores: el plan director que preveía los pasos para garantizar la operatividad futura de la infraestructura.
La realidad es que Alvedro supera el millón de viajeros al año y cada ruta que se inaugura es un éxito de ocupación. Se nos intenta confundir con la promesa de ese AVE que nunca termina de llegar y que cuando lo haga, en nada se parecerá a lo que se nos prometió en su momento; la alta velocidad -que, créanme, existe- será como siempre para otros. Mientras, nuestros vecinos y empresas, de la ciudad y comarca, que desde esta esquina de la península hemos demostrado sobradamente nuestra capacidad emprendedora, encabezando todos los ratios de crecimiento y riqueza de Galicia, necesitamos seguir compitiendo. Y para ello es preciso disponer de los mejores enlaces. Por ello los coruñeses, y con ellos nuestros políticos, tenemos que defender lo de siempre: que Alvedro es patrimonio de todos y es nuestro deber protegerlo.
Al señor García Legaz solo nos queda pedirle que se olvide de titulares grandilocuentes y que se ponga a trabajar desde una visión global compatible con el pleno respeto a la realidad periférica del área coruñesa, y no desde el siempre desastroso centralismo madrileño, que con frecuencia disfraza decisiones políticas con falaces argumentos económicos. Los ciudadanos no nos merecemos su escasa visión ni podemos consentir que se amenace el futuro de nuestra ciudad y su área.