¿Qué fue de los patos de Santa Margarita?

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

Solo sobrevivieron a los robos y a la muerte cuatro ánades, que fueron enviados a un centro de Outeiro de Rei

30 abr 2018 . Actualizado a las 08:19 h.

En el estanque de Santa Margarita solo flotan las bolsas de patatas fritas. Ni rastro de los patos desde hace dos años y medio, cuando los cuatro que quedaban, ya casi sin plumas, fueron trasladados al centro de interpretación de aves de Outeiro de Rei para darles una mejor vida. Porque la que tuvieron en el parque coruñés, según los expertos, no fue nada tranquila.

Esos patos que fueron pasando desde 1977 por el estanque del pulmón verde de la ciudad han visto y comido de todo. Han tenido que escapar de gente que por la noche acudía para llevarse uno a casa o a la olla. En la Navidad del 2015 hubo una oleada de robos de palmípedos de la que escaparon pocos. Por si fuera poco acabar asado sobre una mesa en Nochebuena, no siempre se cuidó a los patos como se merecían. Hubo épocas en las que nadaban entre basura y su única alimentación era la de los gusanitos, regalices, patatas y bocadillos de mortadela que les echaban los niños. Aquellas enchentas los ponía gordos y algunos hasta se dejaron la vida por comer como limas.

Hubo otro tiempo, en cambio, en que los patos de Santa Margarita eran una institución. Coruñeses de todas las edades guardan en la memoria ir a dar de comer a los palmípedos en un parque donde también hubo pavos reales y un palomar en el molino del estanque, que a su vez servía de cobijo a los patos. Todo estaba bien cuidado y ese espacio se llenaba todas las tardes de niños.

Con el pasar de los años, el parque de Santa Margarita fue vaciándose de gente pese a las tres grandes reformas que se hicieron. Y el censo de los patos menguó. Llegaron los robos y cuando un pato se moría -tienen una vida de entre 7 y 10 años- no se ponía otro en su lugar. Así, hasta que quedaron cuatro.

El actual gobierno local se encontró con el problema y con unos animales desplumados y con enfermedades, así que se decidió salvarles la vida y enviarlos a Avifauna, un centro de aves silvestres en Outeiro de Rei (Lugo), adonde también enviaron a las aves de la desaparecida pajarera de San Diego. Allí llegaron en mal estado y pese a los cuidados y a quitarles la dieta de gusanitos y bocatas de chorizo, duraron poco.

En Santa Margarita se les echa mucho de menos. Uno de los encargados de la limpieza contaba este pasado martes que «hay mucha gente que entra en el parque y solo pregunta por los patos. Es una pena porque toda mi generación los recuerda con cariño».

Las aves de la pajarera de San Diego siguieron el mismo camino

Las 122 aves que habitaban en la pajarera de San Diego se trasladaron, como los patos de Santa Margarita, a las instalaciones del centro ornitológico Avifauna, en Outeiro de Rei, «para mejorar las condiciones naturales e higiénicas de los animales», argumentaron desde el Ayuntamiento a finales del 2015, cuando el gobierno local tuvo la idea de convertir ese espacio en un huerto pedagógico. Allí había tórtolas diamantes, faisanes, perdices de California, colines de Virginia, patos, ninfas o tórtolas de Senegal.

Aquella actuación, de la que muchos vecinos de la zona tienen malos recuerdos ya no por deshacerse de las aves, sino por no haberlas cuidado lo suficiente, fue

coordinada con las consellerías de Medio Ambiente y Medio Rural, a través del área de inspección veterinaria de la delegación provincial en A Coruña.

El problema es que desde que vaciaron la pajarera a finales del 2015 hasta que decidieron qué hacer con sus restos pasaron nada menos que dos años. En ese tiempo, las quejas de los vecinos fueron numerosas, pues el abandono supuso un criadero de ratas.

Hasta que decidieron convertir el recinto en huertos educativos, susceptible de emplearse por los centros escolares. La idea era que de ese nuevo espacio también pudieran beneficiarse otros colectivos como rincón pedagógico y de contacto con la naturaleza.

Desde que la pajarera de San Diego nació en el 2000, allí hubo de todo, botellones, pintadas y enajenados rompiendo las cristaleras. Desde su inauguración sobrevivió milagrosamente a los actos incívicos amparados por la noche y la soledad del sitio. Llegó a haber unos 200 ejemplares de diferentes especies procedentes de los más remotos lugares del planeta.