Otero Blanco, un bar con suelo de terrazo

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

J.B.

06 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La hostelería moderna se ha impuesto en la ciudad, vale. Pero A Coruña aún quedan bares como los de antes. Los que no miran a Berlín, a Londres o Nueva York, ni falta que les hace. El Otero Blanco, de la calle Barcelona, es uno de ellos. Con suelo de terrazo, barra de mármol y letrero de «no se fía» tras el mostrador. «Si fío pongo a riesgo lo que es mío. Si doy, pierdo las ganancia de hoy. Y si presto, al pagarme ponen mal gesto. Y para evitar todo esto, ni doy, ni fío, ni presto», reza el cuadro que cuelga a las espaldas del camarero. «¡Ai, si me tocara a lotería non traballaba máis, íame con Pugidemont!», dice mientras sirve un vino.

Se llama Alfredo. Desde hace cuatro años es una de las personas que lleva el negocio. Hombre de gesto amable y sonrisa fácil, danza por la barra sirviendo de una esquina a la otra, entrado y desapareciendo de las conversaciones. Su clientela resulta mayoritariamente masculina. Y a las 12.30 horas, amante del vino y pincho. Tacos de tortilla con palillo, rebanadas de pan con una loncha de fiambre, también con palillo, y dosis de sano cachondeo. «¡Cóbrame o viño de este, que se non non ven máis!», le pide uno. «Non lle cobres, cóbrame a min», replica el invitado. Se inicia la lucha de codazos para ver quién paga. «¡Non hai problema. Cobro aos dous e xa está!», concluye Alfredo. Puro folclore de bar.

El Otero Blanco tiene puerta de aluminio y esos ventiladores que apenas se ven ya en el Delicias o en la Heladería Colón. La entrada resulta estrecha. Pero dentro se ensancha en una zona de mesas. Viene a ser su pequeño saloncito. Las sillas, de escay marrón, son de los setenta. En la pared cuelga una camiseta de Mauro Silva firmada por el jugador. También un montón de parafernalia del Dépor y varios trofeos. Durante tiempo funcionó allí la peña deportivista que honraba al mediocentro brasileño. Un par de calendarios de pared, con publicidad de comercios de la zona del Agra, completan el cuadro. Una vista que parece que se encuentra en peligro de extinción.

Por ello reconforta entrar ahí. Echar unas palabras con Alfredo. Y recordar de dónde venimos. El bar como imán de una comunidad que deviene casi en familia. Algo auténtico. Pero de verdad, no porque busque serlo imitando otros modelos. «Aquí el 90 % de la gente es de todos los días, se conoce todo el mundo», comenta. Lo mismo podrían decir decenas de hosteleros que regentan sus modestos negocios en otros barrios. Esos que ya no usan serrín porque está prohibido, pero que lo usaron. Esos que no salen en el TripAdvisor. Esos que apenas conocen los que viven allí. Existe en ellos algo especial. Y eso no lo van a encontrar ni en Berlín, ni en Londres, ni en Nueva York.