«La Caracola» es la segunda pieza de arte que pierde un parque que es patrimonio mundial
28 ene 2018 . Actualizado a las 23:28 h.Jardín de Hércules. Así se titula uno de los libros sobre el parque escultórico de la Torre. Está en las bibliotecas y recoge todos los datos sobre este imponente espacio de 47 hectáreas que después del último temporal ha perdido una de sus esculturas. Al igual que ocurrió con Espinoso, una obra de Enrique Saavedra, Chicheri, desaparecida en el 2008, en el lugar donde estaba La Caracola, de Moncho Amigo, rota por el último gran temporal, solo queda el cartel. Ese carné de identidad de las obras de arte es algo que echan en falta algunos de los artistas y muchos visitantes. «Las esculturas del parque están mal señalizadas y a veces no las encuentras al llegar», apunta uno de los autores. Otro confiesa que como sabe que su obra no está en las mejores condiciones prefiere ya ni ir a verla. Y no le falta razón, ya que accediendo al área por la bajada que hay frente a la cárcel está una de las piezas, Combate entre Hércules y Gerión, de Tim Behrens y Xosé Espona, que carece de cualquier identificación.
Un poco más abajo se hallan reunidos los ártabros que un día lucieron sobre sus figuras pétreas elementos de acero, pero ahora todos ellos han desaparecido dejando como huella el óxido. A su lado transitan paseantes de perros, una familia con bebé incluido, corredores y senderistas.
Uno poco más arriba están Los guardianes de Soledad Penalta, emboscados entre los tojos que amenazan con cubrirlos, mientras que al Ara Solis de Silverio Rivas le ha salido una réplica ruinosa, una vieja construcción que está cayéndose y también deja un hueco para ver, en los atardeceres, el sol hundirse en el mar.
Entre las obras bien señalizadas está la Rosa de los Vientos, de Correa Corredoira, aunque el poste indicador esté cubierto de pegatinas. En el entorno de la Torre se nota el cuidado, que corrobora la presencia de un vehículo del servicio municipal de limpieza, mientras que cerca de los restos de la desaparecida cantera y del lugar que ocupaba el primer Hogar de Sor Eusebia, La guitarra, la escultura de Pablo Serrano, no solo luce las pintadas que le han ido haciendo sino que muestra además un notable deterioro en su base debido al óxido que se ha comido el acero.
Más allá, el Caronte de Ramón Conde sigue siendo una de las esculturas más fotografiadas por los turistas que -otra vez la falta de identidad- en ocasiones atribuyen a Botero.
La riqueza del parque escultórico abarca muchos aspectos y no es menor el de la toponimia. Así, están los petroglifos del Monte dos Bicos, que en algún documento dan nombre a todo el parque, y que, esta vez sí, han sido musealizados, con un cartel que recoge su historia, y hace un tiempo el Ayuntamiento cortó la maleza que los cubría.
En esta zona de Punta Herminia, junto a figuras como la Copa del Sol, de Pepe Galán, hay espacios, señalizados, como el Rincón del Viento o el Mirador del Huerto. Es difícil de creer que el viento que azota habitualmente el lugar pueda recluirse en un rincón.
Y luego está el Stonehenge coruñés que han creado entre Manolo Paz con sus menhires y Díaz Pardo con su homenaje a los muertos de la Guerra Civil, a unos metros del cementerio musulmán. En esta zona, las figuras que muestran la evolución de la Torre, según la explicación de José Cornide, también están deterioradas. Con todo ello parece claro que el mayor museo coruñés demanda un poco más de mimo.
A muchas de las obras les falta el carné de identidad: saber qué son y quién es su autor