El furioso Orzán de 1910

Por Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

Olas gigantescas, mareas vivas y temporal arrasaron los terraplenes y andenes de la playa

22 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El día anterior la mar ya estaba picada, el cielo cubierto y soplaba un viento fuerte del sur que anunciaba lluvia. En A Coruña el barómetro bajó rápidamente y marcó, a las tres de la tarde del 18 de febrero de 1910, los 748,5 milímetros, unos 997,9 milibares. Un ciclón azotaba la ciudad. Desde el mediodía y hasta las 9 de la noche el viento incrementó su fuerza, soplando con rachas huracanadas. Después hubo un temporal de rayos, relámpagos y truenos acompañado de lluvias torrenciales. Según la prensa fue espantoso. La luz eléctrica se apagó y el telégrafo y teléfono dejaron de funcionar por cortes en las líneas, vallas y chabolas se desplomaron, y cayeron ramas de árboles, tejados y enlucidos de algunas casas. En el puerto las precauciones tomadas evitaron las desgracias al haber reforzado las amarras los barcos y volver de arribada forzosa los bous de pesca. Los días siguientes continuarían revueltos con vientos de oeste-suroeste y lluvias que causarían el desbordamiento del río Monelos. Hacia el 24 volvería la normalidad barométrica.

El mar durante eses días estuvo imponente con grandes olas que avanzaban contra playas y peñas. De mar gruesa se pasó a mar arbolada. El espectáculo era impresionante y atrajo a muchos mirones. El oleaje más intenso se abatía sobre el Orzán. Y golpeaba con furia, llevándose todo por delante. Década a década, durante el siglo XIX los coruñeses fueron ocupando el gran playazo que allí había hasta la línea de la marea alta. Con escombros de las obras rellenaron ese espacio formando una gran explanada en la que se fueron instalando fábricas, almacenes y edificios. En primera línea, desde el Camaranchón o espigón de la Coraza, estaban, en lo que hoy es la calle comandante Fontanes, el lavadero público, el edificio donde la Compañía de Tranvías tenía sus oficinas y cocheras, la fábrica de maderas de los herederos de Cervigón y, ya en la calle Socorro, el Asilo Municipal. Unos débiles terraplenes de cascotes limitaban el terreno en el que estaban asentados y las arenas de la playa; la fábrica de Cervigón, la que más se había entremetido en el mar, contaba con un muro de contención.

Con el temporal, olas cada vez más descomunales cayeron sobre los terraplenes del Orzán destrozándolos. Embate tras embate, la fuerza del agua arrancaba y arrastraba los cascotes, desmoronaba los terraplenes y socavaba el suelo creando grandes boquetes. Su ímpetu parecía no tener fin.

Con el paso de los días, el mar embravecido avanzó hacia tierra haciendo desaparecer parte de los andenes de paso y amenazando a los edificios. Los muros y paredes de la fábrica se agrietaron y corrían peligro de caer derribados. Y había mareas vivas. El ayuntamiento en un empeño desesperado por contenerlo arrojaba cada día carros y carros de piedra a la playa intentando formar una escollera que apenas resistía. No se recordaba nada semejante en A Coruña. Las olas de una altura desmesurada parecían imposibles de contrarrestar. La calma llegaría a partir del 28. Hasta otro vendaval.

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