La dársena, de nuevo en penumbra seis meses después de los accidentes

La Voz A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

ANGEL MANSO

El banco satisface a los vecinos porque sirve de barrera con un impacto visual mínimo

20 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Seis meses después de las muertes de Manuel Rodríguez y Mateo González y tres de la instalación del banco perimetral con el que el Concello decidió proteger a los paseantes de caídas fatales, la falta de iluminación que aquellos días se detectó como el primer y más importante problema (para algunos, el único) ha regresado a la dársena. A primera hora de la noche de ayer, en el lado que discurre del frente de la Marina a la sede del Náutico solo alumbraban la mitad de las 20 lámparas integradas en las farolas dobles y una de las cinco luminarias sencillas. Por lo demás, en el medio año transcurrido desde marzo, la dársena ha ido recuperado la normalidad de la que gozó durante décadas e incluso exhibe una imagen plácida y renovada de vecinos acostados al sol sobre los bloques de granito o agazapados en el pasillo exterior, más cerca que nunca del cantil, pero también más seguros, a juzgar por los testimonios de vecinos asiduos al nuevo espacio.

La discrepancia proviene de la necesidad que había, o no, de intervenir en el borde. La abogada de la familia del joven de Mesía ahogado concluye que la propia Administración ha puesto en evidencia la «flagrante falta de seguridad» al reunirse el Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria después de la segunda tragedia y acordar la colocación del banco y el encendido de las balizas del suelo y las dos farolas de la explanada del Náutico que estaban apagadas cuando se produjeron los sucesos.

Los usuarios del banco

José Miguel Aguilar baja en bicicleta desde Os Castros y se sienta preferiblemente en el tramo de banco paralelo a la Marina. Es más cómodo que en el Parrote, donde colocaron «unos bancos modernistas», dice, en los que no hay quien se encuentre a gusto. Entiende que el riesgo es menor ahora, también que con respaldo el asiento sería más acogedor, pero en ese caso el perfil alteraría la marcada horizontalidad que, como apuntaron arquitectos e ingenieros en el debate público posterior a los accidentes, caracteriza la dársena desde su construcción y como un elemento patrimonial más debe ser preservada. Este rasgo sensible planeó sobre aquellos días de decisión política, recuerda José Miguel, satisfecho con el resultado.

Fina García tampoco duda de la confianza que ofrece ahora la zona. Vio correr infinidad de veces a su hijo, ya treintañero, a pocos metros del agua y nunca con tranquilidad. «La dársena, así sin barandilla como estaba, a mí siempre me pareció peligrosísima. Pero de toda la vida. Yo veía a los niños jugando y temblaba», afirma la mujer.

En el ángulo más próximo al Parrote, Richard lanza una y otra vez la potera para atraer a los calamares y las jibias. Sin mucha suerte, pero allí permanece, rodeado de jubilados cruceristas, algunos en silla de ruedas, otros desplegando sobre el banco el mapa de la ciudad, muchos sentados sin más. «Usar se usa, pero falta no hacía. Nunca hubo banco. ¿Si molesta? A mí, no. Me molestan más las tablas del suelo de ahí adelante [señala la continuación del borde en dirección al castillo de San Antón], que se están moviendo hacia fuera, hacia el mar, y dejan un hueco que te cabe hasta un zapato dentro», protesta el pescador.

Coincide en los reparos Jaime del Ángel. «No se puede buscar responsables para todo. Un accidente es un accidente. Si vas a la playa y te metes en el mar, de entre todas las cosas que te pueden ocurrir, aparte de tragar agua, una es morirte. Aunque haya socorrista. Aquí se colocaron los bancos debido a la presión mediática. Entiendo que estamos en una urbe y que debe estar bien urbanizada. Pero solo hasta cierto punto. Lo que no se puede esperar es la seguridad de un centro comercial en toda la ciudad, que se traslade la política de un complejo comercial a toda la ciudad».