La gran tragedia de la Armada portuguesa

Por Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

cedida

En 1627 siete grandes barcos se hundieron y pereciendo cientos de hombres

17 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobrevivieron y lo contaron. Manoel de Menezes, capitán general de la Armada de Portugal, diestro navegante, escribió su Relación a los pocos meses de ocurrir la tragedia. Tenía 62 años. Francisco Manoel de Melo, hidalgo, militar y hombre de letras, con 18 años cuando sucedió, rememoró lo acontecido en su Epanáfora trágica, publicada en 1660. Sus relatos estremecen.

Necesitaban viento norte para ir a Lisboa. Sin embargo, los días se sucedían con temporales y vientos del sur. Los portugueses estaban inmovilizados. En el puerto coruñés se encontraban las dos carracas (San Bartolomeu y Santa Helena) con los tesoros de la India, cuatro galeones de guerra, (San Joao, San José, San Filipe y San Tiago), y la urca Santa Isabel; además, en Ferrol permanecía la capitana de la armada, el galeón Santo Antonio. Con el paso del tiempo, la inquietud se extendió entre las tripulaciones. Había que tomar una decisión.

El 18 de diciembre se reunieron en A Coruña, en el palacio de Capitanía, todos los capitanes y pilotos portugueses. Unos, como Menezes, eran partidarios de invernar, trasladando la flota a Ferrol donde sería muy fácil defenderla; otros, como Vicente de Brito, capitán de las naos de la India, deseaban partir para Portugal. En esos momentos había mar bonancible y vientos variables. Cabía una posibilidad, por eso acordaron intentarlo y salir fuera de la bahía coruñesa, pero si se encontraban con vientos contrarios debían entrar en Ferrol.

El 21 por la tarde, los navíos se pusieron en movimiento y tras llegar a la altura de la torre de Hércules, a pesar de no tener vientos favorables, decidieron continuar adentrándose en el mar. La noticia sorprendió a Menezes en Ferrol. Su armada navegaba sin él. Inmediatamente ordenó remolcar su galeón hasta la boca de la ría. Llegó al amanecer y ya no los vio. Los vientos de sur-suroeste los habían empujado hacia el norte. Y cada vez eran más violentos y tormentosos. El destino se empezaba a torcer. En contra de sus pilotos, Menezes se lanzó a navegar el día de Navidad. Quería correr la misma ventura que los demás.

Zarandeados por olas y vientos los barcos portugueses arrostraron el temporal, pero la cerrazón les impedía saber dónde estaban. A partir del 2 de enero se agravó su situación y olas enormes los empujaron hacia las costas de Aquitania, en Francia. El Santiago tuvo suerte y arribó a Guetaria, en Guipúzcoa, donde resistió. Los demás estaban condenados. Del 9 al 15 de enero fueron embarrancando y hundiéndose entre San Juan de Luz y la desembocadura del Garona. Los testimonios narran escenas de heroísmo, de resignación (vistiéndose con sus mejores galas para que después de muertos los honrasen), de suerte azarosa, de muerte trágica (la del almirante Brito atravesado por los clavos de un madero), de socorro (los vecinos de San Juan de Luz con el Santo Antonio), y de rapiña y maltrato (los de Lège con el San Filipe). Fue el mayor desastre de las armadas de Portugal: cientos de hombres murieron ahogados, pocos se salvaron y se perdieron los barcos y su preciosa carga.

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