Orzán 66, donde Dios pulsó la pausa

Luis Pousa CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

27 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay un tramo de la calle del Orzán donde Dios -o el Ayuntamiento, no sé- pulsó el botón de pausa y paralizó la Historia. El fin de la Historia llegó a Coruña mucho antes de que lo descubriese aquel Fukuyama que decretó el fin de los tiempos porque se había caído el Muro de Berlín. Qué va. La Historia no se acaba por lo menos hasta que caiga el Muro, el de verdad, el del puerto coruñés, que es el único Muro que se merece la mayúscula mayestática en plan Pink Floyd.

La Historia se está quieta para siempre a la altura del Orzán 66 (47-49 en la acera de los impares) porque allí, frente a frente, están dos instituciones: el Bar Sanín, 1954, y El Riojano, la casa del mejor bacalao de importación y derivados, ultramarinos, vinos y licores desde 1896.

A quien allí se detiene, como la Historia misma, le ponen ante los ojos un bodegón barroco que ya le gustaría al Prado, con su bacalao de las Islas Feroe, sus cocochas, sus lomos y sus migas, sus higos pajareros y su Calvados, su whisky de malta y su Lágrima, vinho do Porto.

De tanto jusmar en el escaparate de El Riojano a uno le entra hambre, o sed, tanto da, así que lo mejor es buscar la mesita del fondo del Sanín, junto a la ventana, por donde al mediodía entra una raiola de sol desde la calle Tahona que cae sobre los barriles y las tazas para dorarlos.

Desde la puerta del Sanín, donde los parroquianos fuman con parsimonia, se ve El Riojano. Casi se puede hacer la compra a distancia. Dan ganas de sacar el gadgetobrazo y, si no pasa el 7, pillar unas cocochas ahí enfrente mientras apoyas la taza o la Estrella, da igual, en la tapa de granito rosa que le han puesto a los barriles. El Ribeiro del Sanín es vino de pipote, de ese que se pasa a la jarra con un colador rosa, como cuando de niños nos mandaban con el garrafón gris a rellenarlo a Bodegas Monforte.

Desde el Sanín se ve El Riojano, con sus cajas de naranjas en la puerta, que a mí me recuerdan a El Padrino. Porque siempre que salen naranjas en El Padrino se van a cargar a alguien. Vale, en El Padrino siempre se están cargando a alguien, pero cuando hay naranjas por medio lo hacen con mucho más entusiasmo y esmero.

Por el Sanín, 1954, y por El Riojano, 1896, no ha pasado el Big Bang. Ni siquiera el bosón de Higgs. Y tampoco los Corleone.

A veces, si te fijas mucho, en este tramo del Orzán 66 -47-49 en la acera de los impares-, se aparece el espectro de Salvador de Madariaga, que viene del otro mundo, que regresa del fondo mismo de la ensenada, para ver las naranjas esféricas y relucientes que comía de pequeño en la puerta de El Riojano. Luego pasa el 7 y el fantasma se desvanece o se sube al asiento de atrás, rumbo a Peruleiro.