Paco Martínez Soria en la ciudad «hipster»

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

26 may 2017 . Actualizado a las 11:39 h.

Los cambios de una ciudad se notan más desde fuera. En el día a día la transformación se va haciendo de manera casi imperceptible. Cuando te quieres dar cuenta estás ahí, empujado por una evolución vivida sin estridencias. Hasta que llega un amigo con la fotografía clara de cómo era todo y se queda sorprendido. ¡Cómo ha cambiado la Marina! ¡Casi no hay coches en la Ciudad Vieja! ¡No conozco esos bares! Entonces, te das cuenta de que, en efecto, las cosas son diferentes.

Hace unas semanas, un compañero de Vigo me decía fascinado la sorprendente mutación que había experimentado ciudad en los últimos años. Le encanta ir por nuestras calles. Ve a la gente súper moderna. Alucina con la explosión hostelera. Y asegura que, desde fuera, ha cambiado totalmente la percepción que se tiene de nosotros. «Antes erais una ciudad de pijos, ahora sois una ciudad hipster», resumía. Me daba la sensación de que exageraba un poco, quedándose quizá en la mirada de turista que solo ve el centro. Pero entendía por dónde iba.

Intenté explicarle lo ocurrido en el último decenio, resaltando la importancia que Inditex ha tenido en eso, contagiando su ambiente cosmopolita. También la gran cantidad de arquitectos que se metieron en la hostelería con la crisis, dejando su impronta en los locales y reinventando un sector con visos de modernidad. Y, bueno, destacando ese gusto por el vestir que siempre se ha comentado en A Coruña -a veces para bien, a veces para mal- y que, supuestamente, se ha adaptado a estos nuevos tiempos.

La conversación retornó a mi cabeza hace poco. Era la víspera del Día de la Madre y, de compras en la plaza de Lugo, me quedé un rato colgado en Zara Home. En la puerta, plantado con el carrito del niño, miré a mi alrededor. Y flipé. Vi a mujeres yendo con pantalones de chándal y zapatos. Vi a chicos que vestían gabardinas sobre los hombros, sin meter los brazos por las mangas. Vi monturas de gafas doradas de los años setenta. Vi tupés prodigiosos en plan Morrissey. Vi bajos de pantalón que ascendían por encima del tobillo, que ni en los tiempos de los Hombres G. Vi a señoras mayores caminando con una especie de zapatillas de andar por casa. Vi a gente hablar en portugués, inglés y francés. Vi a chicas comprando con su perro metido en el bolso como Paris Hilton.

Pero sobre todo vi a toda esa gente, moderna y sofisticada, lucir ese «aire de seguridad» que cantaban Radio Futura en la célebre Enamorado de la moda juvenil. Es decir, iban (o al menos aparentaban ir) todos en su punto. Sí, como en Nueva York, Londres o Tokio. Y allí, con mi sudadera comprada en un outlet de una marca que estaba de moda hace diez años, me sentí como Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí. Es decir, como un paleto aturdido en medio de la urbe hipster.