Perfil de un sepulturero

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Nos vamos «en busca de Ramón», al que «la implacable considera y distingue como funcionario suyo», para retratarlo «en sus dominios»

20 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que todo lo que sigue se escribió «con permiso del enterrador». Lo aclaraba, ya en el antetítulo, el autor del perfil de quien en 1912 era el «señor de San Amaro», el cementerio de A Coruña, y que empezaba así: «Este hombretón es el que factura a los mortales en la estación de término [...]. Aquello de la tétrica mirada que dijo el poeta no le cuadra a este sujeto; en lo tocante a la mano despiadada, no podemos decir otro tanto ni hay noticia de que lo haya dicho ninguno de los pasaportados».

El periodista tuvo «la honra de presentarlo al público» como un hombre para el que «la terrible y esquelética señora de la guadaña es algo corriente, como el mal vino y los brigadieres infumables [...]. La implacable le considera y distingue como funcionario suyo. El fatal fouciño se embota en la piel de Ramón».

Para componer el retrato, a «sus dominios fuimos en busca de Ramón una tarde de sol [...]. Hombres de fuste que gozaron la hora del triunfo y nos deslumbraron con el brillo de las pompas han ido a pasar por fin a las manos callosas del hastial. Cuando emerge una figura de esas ante las cuales la multitud se prosterna y los periodistas le damos de firme al incensario, Ramón huele el incienso, sonríe, aguarda y vence [...]. Prevalece como un dios. Ave, Ramón, espíritu por inédito incognoscible: permite que te adule quien aspira a que le aguardes en vano...».

De Boimorto

Enterado del origen del enterrador, el reportero no pudo evitar la apostilla. «Ramón García Amenedo nació en Boimorto. ¿Lo ven ustedes? ¡Boimorto! Es ya una especie de ejecutoria [...]. Un sepulturero nacido en Infesta sería un sarcasmo: en Boimorto, es una cosa lógica».

En el momento de la entrevista, llevaba Ramón 14 años trabajando en el cementerio coruñés, un dato que «nos sugiere una pequeña operación aritmética. Catorce años a 365 días son 5.110: calculando, término medio, a cuatro muertos por jornada, resulta que Ramón ha metido bajo tierra a 20.440 cadáveres en esos añitos de reinado suyo. ¡Qué tragaderas!».

La pregunta era obvia:

«-Y viendo tanto malpocado como se va de la vida, ¿no ha sentido usted miedo de morir?

»-¡Boh! -dice Ramón con flema-. El miedo non lle sirve para nada. Medo téñeno os flacos de estómago. E o meu...

»-¿Qué, está sano?

»-Non se come máis porque non hai.

Aseguraba el sepulturero que «en noches pasadas por él junto a sus vasallos, no sintió nunca el pavor ni le visitaron las ánimas en pena. O le conocen o les parece poco grata su compañía o lo temen».

Las botas del muerto

Llegado el momento de la despedida, y «dispuestos a hacer gracia a los lectores con algunas impresiones de él obtenidas, alguien presente le hizo una extraña pregunta:

»-¿Y no aprovecha usted algo de... diremos, de lo que queda por ahí al remover las sepulturas?

»Ramón sonrió picarescamente.

»-Xa cho creo -dijo-. Miren. ¿Ven? Estas botas que levo nos pés sonlle de un morto.

»-¡¡De un muerto!!

»Nadie en la reunión pensó en permanecer allí ni un minuto más. Callados y mirándonos de reojo, llegamos hasta la verja y salimos del recinto. Ramón, sonriente siempre, nos paró a la puerta.

»-Pois si -agregó-, de un morto... Porque o becerro de donde sacaron o pelexo para facer a suela debía de estar morto, ¿non si?

»No hubo más remedio que asociarse a la carcajada con que el sepulturero remató el siniestro chascarrillo».

La broma decía bastante del carácter despreocupado del trabajador del camposanto. Y más, conociendo el contenido de una nota publicada en la edición de La Voz del 25 de octubre de 1904: «El alcalde ha comprobado la existencia de los hurtos que venían cometiéndose en los nichos y sepulturas del cementerio católico, de que hemos dado cuenta en días pasados. Para castigar la censurable apatía del encargado de la necrópolis, Ramón García, le impuso 15 días de suspensión de empleo y sueldo».

Completado el perfil el periodista abandona el cementerio coruñés.

«-Adiós, Ramón; que nos espere moitos anos.

»-Non teño prisa...».