Luces y sombras en 280 metros a pie

mONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

ÁNGEL manso

Deterioro y bonanza se suceden en la línea que hilvana los espacios reformados del Africano a la Cormelana

11 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Fueron emblemas de una época de consenso entre partidos, el PSOE de Javier Losada y el BNG de Henrique Tello, que gobernaron la ciudad del 2007 al 2011, entre Vázquez y Carlos Negreira. Una fotografía atestigua la carga simbólica de aquella reforma que Losada definió certeramente como «acupuntura urbana»: un sonriente Mario López Rico, a la sazón concejal de Urbanismo, coge del ganchete al alcalde sentados los dos en un banco de la recién rehabilitada Cormelana. A mitad de mandato, la intervención en las tres plazoletas ocultas entre el Orzán y San Andrés ya se exhibía como un éxito en una ciudad brava para el urbanismo.

Nueve años después las plazas funcionan a su manera. En el extremo mejor comunicado de la línea que las hilvana, al lado del nudo de la plaza de Pontevedra, la Cormelana sirve de paso peatonal de una calle a otra, pero también de lugar de encuentro vecinal, al abrigo del tráfico denso de San Andrés. El espacio se abre al último tramo del Orzán, hay árboles con sombra, pavimento de madera, bancos, un bar con terraza y alrededor casas bien conservadas, alguna centenaria, con las fachadas haciendo de porterías para los niños que chutan.

Por la calle Picos la Cormelana se une a la plaza de Josep Sellier (antes Pastoriza), embrión de un fenómeno que dinamizó el entorno a partir de un bar. «Fuimos los primeros en abrir, hace cuatro años, después fueron surgiendo bares nuevos, como satélites, y entre todos hemos creado una ruta de copas. Ojalá abrieran más bares de tapas y esa ruta se ampliase a todo el día», explica César Pérez, de La Urbana. Enfrente del bar, que ofrece una cocina cuidada, un gigantesco mural sobre una medianera homenajea a Lugrís. Detrás resisten dos locales de alterne. ¿Problemas? «Ninguno. Nos gusta la diversidad del lugar, es un poco el Soho. En nuestra terraza pueden estar dos señoras moldeadas, al lado dos chicos besándose, enfrente un tipo cubierto de tatuajes y dos putas tomando un café», añade.

El tramo de los quinquis

Ahí acaba la complacencia. Veinte metros más adelante, rumbo norte, los grafitis solo son pintadas, las fachadas aguantan protegidas por redes y, salvo una inmobiliaria a la que solo emborronaron la verja cuatro veces, negocios y portales están pintarrajeados en un horror vacui asfixiante. João Assunção, dueño de un taller de bicicletas con el que puso fin a su vida de gestor y comienzo a una nueva con el oficio de su padre, está tan disgustado que piensa mudarse. En la puerta de su encantador negocio hay botellón, prostitución, «jóvenes que no respetan nada». Y ahora que le apareció pintada la verja, dice que ya no aguanta más. Muy cerca, cruzando la rúa Alta, en la verja de la peluquería de Ana Otero, aparece un pene garabateado. Ya es la calle del Orzán, pero aquí apenas quedan locales abiertos. En la plaza hundida del Africano, dos quinquis dormitan en un banco. Alrededor, pintadas y bajos cerrados a cal y canto.