The Smiths en el Cementerio Inglés

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

11 abr 2017 . Actualizado a las 18:23 h.

En una de aquellas pelis bélicas de la sobremesa del domingo en las que, de niños, aprendimos a distinguir el bien del mal, vimos, al fin, a las tropas británicas y norteamericanas avanzar por los campos de la Francia ocupada por los nazis. En medio de esa extraña relación que desde la Segunda Guerra Mundial tienen Estados Unidos y el Reino Unido, donde ya no se sabe muy bien quién es el hermano mayor y quién el pipiolo, surgen los clásicos piques entre el antiguo reino y su pujante excolonia. Asomados a la escotilla de los tanques, un soldado yanqui le pregunta a un oficial británico cuál es el secreto del césped inglés.

El cementerio inglés en a coruña
El cementerio inglés en a coruña PATRICIA GAGO

El mayor, sin mover un solo pelo del bigote, le contesta con parsimonia imperial:

-En realidad es muy sencillo. Basta con tener un buen terreno y suficiente lluvia.

-¿Ya está?

-Bueno, luego hay que sembrarlo, esperar 200 o 300 años y ya tienes un perfecto césped inglés.

Siempre que paso frente al Cementerio Inglés me acuerdo de aquella escena. Y de Cemetery Gates, uno de los gloriosos cortes que The Smiths incluyeron en The Queen is Dead. Porque esas puertas del cementerio que invoca la voz de Morrisey son exactamente estas: con sus antorchas invertidas y sus helechos creciendo sobre la lápida de mármol donde pone British Cemetery, sin subtítulos ni nada. Luego, aunque uno piensa en The Smiths y la tumba de Wilde, en una ventana junto al camposanto suena Camarón. La realidad es lo que tiene.

Hace unos días, justo cuando Theresa May pulsó el botón rojo de «parada solicitada» para avisar al busero de la UE de que el Reino Unido se apea en la próxima, y temiéndome que después del brexit el Cementerio Inglés se desgaje de San Amaro para salir flotando hacia las islas, pude cruzar por primera vez esa puerta verde a la que cantaban, sin saberlo, aquellos muchachos de Manchester.

Dentro del Cementerio Inglés se pisa, claro, un perfecto césped inglés. También hay un par de pinos, medio centenar de tumbas y un laurel. En las lápidas se pueden leer breves historias de las vidas segadas en alta mar, como la del joven James Hill, de East Looe, Cornualles, que murió a bordo del Island Blad el 5 de febrero de 1873, con solo 23 años. O la del capitán galés Griffiths, patrón del bergantín Atlanta, de Carnarvon.

Como dijo Wenceslao Fernández Flórez hablando de San Amaro, en A Coruña no enterramos a nuestros muertos: los arrojamos por la borda. En el Cementerio Inglés tampoco enterramos a nuestros muertos, sino que los plantamos. Para que, dentro de 200 o 300 años de lluvias, vuelvan de su brexit, de su cielo, o de donde sea que vayan al morir los británicos de A Coruña, y nos cuenten qué siente uno al reencarnarse en un mimado tapiz de césped inglés.