Prohibido vestirse de mujer

Por Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

El Ayuntamiento coruñés estableció la norma en el carnaval de 1903 cuando los disfrazados iban con «careta de filloa»

06 mar 2017 . Actualizado a las 19:32 h.

Era una de las imágenes clásicas de los carnavales en A Coruña y en muchas ciudades de Galicia y España. Los hombres disfrazados de mujeres. Año tras año se repetían los mismos modelos. Iban de pingo, es decir, con trapos de modas pasadas o llevaban grandes enaguas o faldas astrosas que superponían sobre las ropas masculinas.

Eran hombres vestidos groseramente de mujeres. Marchaban por las calles con gestos grotescos que hacían reír, daban grandes voces y asustaban a las doncellas alzándose las faldas o enaguas para mostrar sus varoniles piernas.

Entre las posibles variantes sobresalían la de señora a punto de parir o la de vendedora de sardinas con su patela. Todos llevaban la cara cubierta con la tradicional «careta de filloa» o con un antifaz. Y muchos eran rudos trabajadores que desde los barrios periféricos bajaban hasta el centro a divertirse y hacer burlas. Formaban parte de la subversión de papeles socialmente admitida durante el Antroido.

MARCOS MÍGUEZ

De chulas o cupletistas

Sin embargo, desde las décadas finales del siglo XIX concurrieron, con una afluencia creciente, a los carnavales hombres lindamente vestidos de mujer. Solían ser jóvenes o adultos, que lucían elegantes trajes femeninos, muy cuidados en todos sus detalles, incluida la ropa interior, y que llevaban el rostro descubierto, acicalado y maquillado, colgando de sus orejas vistosos zarcillos. Iban de chulas o cupletistas. Paseaban sin rubor entre las gentes y acudían a teatros y bailes. Sus gestos y ademanes, su mirar y sonreír eran femeniles. No se burlaban de las mujeres, ni de los roles sexuales, sino que asumían el femenino.

La presencia de estos hombres así vestidos fue cada vez más perturbadora para los valores dominantes y las críticas proliferaron considerándolos repugnantes; lo que más molestaba era su perfección femenina y su buena figura que causaba confusión y temores sexuales inquietantes que ponían en entredicho la viril masculinidad.

En algunas ciudades, como Madrid, las autoridades, en nombre de la decencia, empezaron a detener, ya desde el año 1893, a los más escandalosos; en otras, como Valencia, estaba, desde 1898, prohibido que ellos se vistiesen de mujer.

Peligro para los cortos de vista

En A Coruña, el 17 de febrero de 1903, el periodista Alfredo Tella, en su crónica de El Noroeste, realizó un comentario sarcástico sobre los muchachos guapitos que se ponían deslumbradores vestidos de «madamas» el domingo de carnaval, apelando al alcalde a tomar remedio para evitar equivocaciones a los cortos de vista.

Al día siguiente, el alcalde Argudín Bolívar publicó el bando de carnaval añadiendo un nuevo artículo por el que prohibía que los hombres se disfrazasen de mujer. La medida tomó por sorpresa a algunas comparsas, como la de As Esgalichadas, que pensaban salir a la calle con ropas femeninas. Pero en la ciudad, en la que dominaban los republicanos y anarquistas, nadie protestó; en cuestiones de masculinidad eran tan puritanos como los demás. Solo La Voz de Galicia ironizó sobre el hecho de que la prohibición afectase a los hombres que se vestían de mujer y no a la inversa. Al año siguiente también se les prohibió a ellas cambiar la vestimenta.

Historias con historia

«Solo La Voz ironizó sobre el hecho de que la prohibición afectase a hombres y no a mujeres»

«En la ciudad en la que dominaban los republicanos y anarquistas nadie protestó el bando»

«Al año siguiente también se prohibió a ellas cambiar la vestimenta durante los carnavales»