Es posible que a muchos la expresión que da título a esta crónica les suene a chino, pero para otros muchos les recordará aquellos tiempos en los que jugar en la calle era lo habitual, y el monte, la primera opción que te encontrabas nada más bajar del portal. En esta ciudad antes o después hay una leira que atraviesa el asfalto, pero hace unos años las vacas pastaban a sus anchas al lado de los edificios altos con la normalidad con la que los niños bajábamos a las pistas. Las pistas para los que nacieron cerca de la ronda de Outeiro, a la altura del Agra del Orzán, eran todo un privilegio en el que dar rienda suelta al recreo de la tarde. Todavía hay gente que para referirse a la zona del Ventorrillo sigue utilizando ese término, pistas, en recuerdo de aquella primera fase de cemento que organizó medianamente aquel gran solar.
A las pistas se iba a merendar y a jugar por las tardes, en una suerte de pícnic que seguro que no era nada bucólico, pero que a los niños nos parecía un paraíso por el enorme espacio que nos proporcionaba el monte para saltar a la cuerda, echar un rebumbio o llevar a nuestras Nancys a dar un paseo con sus últimos modelitos. Allí, sentadas en enormes piedras, aún veo a todas aquellas mujeres rodeadas de críos cuando los niños lo llenábamos todo y los parques no existían como tales. Los columpios eran una rareza que había en la Marina, en el parque de Santa Margarita o en la plaza de Pontevedra, pero la mayoría de los barrios estaban hechos a la gracia de la madre naturaleza. Así que en Coruña, entre tanta agra y agrela, enseguida nos echábamos al monte para encaminarnos al juego sin más.
Las pistas, además, eran la guía en la que muchos empezaban también a dar sus primeras indicaciones en el coche. Allí los domingos por la mañana lo normal era ver a los novatos moverse en el cambio del embrague al acelerador en una suerte de circuito que facilitaba el proceso para conseguir el carné. En las pistas se lavaban los coches y allí también los niños se soltaban los ruedines para impulsarse en la bicicleta. Estas eran las pistas del Ventorrillo, pero también había las de Elviña y la amplia zona donde hoy se ha levantado el Paseo de los Puentes y que antes de la construcción de los edificios marcaba otro tipo de recreo. Los descampados eran precisamente para campar a nuestras anchas, con todo el peligro natural al alcance y con el impulso que daba en los setenta ver que los niños éramos tantos como para no darnos importancia. Solo la justa.
En aquellas pistas -que a saber con los ojos de adulto cómo eran en realidad- despeñamos la infancia y se quedó una época, pero el término, y eso es lo curioso, aún hay coruñeses que lo conservan.