Nos vamos a jugar a las pistas

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Vista de la zona de Elviña al paso de Alfonso Molina en 1971
Vista de la zona de Elviña al paso de Alfonso Molina en 1971 ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

09 feb 2017 . Actualizado a las 18:27 h.

Es posible que a muchos la expresión que da título a esta crónica les suene a chino, pero para otros muchos les recordará aquellos tiempos en los que jugar en la calle era lo habitual, y el monte, la primera opción que te encontrabas nada más bajar del portal. En esta ciudad antes o después hay una leira que atraviesa el asfalto, pero hace unos años las vacas pastaban a sus anchas al lado de los edificios altos con la normalidad con la que los niños bajábamos a las pistas. Las pistas para los que nacieron cerca de la ronda de Outeiro, a la altura del Agra del Orzán, eran todo un privilegio en el que dar rienda suelta al recreo de la tarde. Todavía hay gente que para referirse a la zona del Ventorrillo sigue utilizando ese término, pistas, en recuerdo de aquella primera fase de cemento que organizó medianamente aquel gran solar.

Vista de la zona de Elviña al paso de Alfonso Molina en 1971
Vista de la zona de Elviña al paso de Alfonso Molina en 1971 ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

A las pistas se iba a merendar y a jugar por las tardes, en una suerte de pícnic que seguro que no era nada bucólico, pero que a los niños nos parecía un paraíso por el enorme espacio que nos proporcionaba el monte para saltar a la cuerda, echar un rebumbio o llevar a nuestras Nancys a dar un paseo con sus últimos modelitos. Allí, sentadas en enormes piedras, aún veo a todas aquellas mujeres rodeadas de críos cuando los niños lo llenábamos todo y los parques no existían como tales. Los columpios eran una rareza que había en la Marina, en el parque de Santa Margarita o en la plaza de Pontevedra, pero la mayoría de los barrios estaban hechos a la gracia de la madre naturaleza. Así que en Coruña, entre tanta agra y agrela, enseguida nos echábamos al monte para encaminarnos al juego sin más.

Las pistas, además, eran la guía en la que muchos empezaban también a dar sus primeras indicaciones en el coche. Allí los domingos por la mañana lo normal era ver a los novatos moverse en el cambio del embrague al acelerador en una suerte de circuito que facilitaba el proceso para conseguir el carné. En las pistas se lavaban los coches y allí también los niños se soltaban los ruedines para impulsarse en la bicicleta. Estas eran las pistas del Ventorrillo, pero también había las de Elviña y la amplia zona donde hoy se ha levantado el Paseo de los Puentes y que antes de la construcción de los edificios marcaba otro tipo de recreo. Los descampados eran precisamente para campar a nuestras anchas, con todo el peligro natural al alcance y con el impulso que daba en los setenta ver que los niños éramos tantos como para no darnos importancia. Solo la justa.

En aquellas pistas -que a saber con los ojos de adulto cómo eran en realidad- despeñamos la infancia y se quedó una época, pero el término, y eso es lo curioso, aún hay coruñeses que lo conservan.