Un refugio para ranas en el Parrote

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

31 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que los chavales teníamos pasatiempos analógicos, manuales, casi artesanales, como recoger palitos, hojas muertas o meter bichos en un bote de cristal. Los listillos de la clase al tarro de vidrio con dos ramas y un poco de arena le llamaban terrario, como si aquel humilde frasco casero fuese un laberinto poblado por anacondas o tarántulas llegadas del otro lado del mar.

En Peruleiro, principios de los ochenta, no había muchas anacondas. Ni siquiera tarántulas. Pero había una marela que pasaba todos los días por la avenida camino de la leira donde hoy se levanta la Casa del Agua. Como bien dice Murado, en las crónicas donde se menciona una vaca conviene dar el nombre de la vaca. Incluso el nombre completo, porque no suelen gastar iniciales, pero sintiéndolo mucho no me acuerdo de cómo se llamaba aquella marela de ojos saltones que bajaba por las tardes desde San Pedro de Visma al descampado. Porque antes de la burbuja inmobiliaria y mental había muchos descampados en la ciudad y a nadie se le ocurría llamarlos solares, sino silveiras, canteras o lo que fuesen. A mí me gustaban mucho los descampados porque estaban sembrados de charcos y otros peligros (como las bostas de la vaca anónima de paseo de Ronda). Y en los charcos nos dedicábamos a capturar ranas, que era uno de nuestros entretenimientos favoritos. Más que ranas solíamos pillar renacuajos, que luego intentábamos criar en una tina con agua que dormía en el balcón, pero la mayoría se malograban y no llegaban a medrar.

Eran tiempos duros para las ranas, los sapos y los renacuajos, porque la chavalada todavía no se había hecho ecologista ni hipster y salía a cazar ranas y otras bestias al borde exterior de la ciudad, que entonces era el final de Peruleiro, con una ronda de Outeiro inacabada que daba a los medios ferrados de Visma. En aquella última frontera, llena de hierbas salvajes y simas de agua oscura, las ranas y los sapos se criaban orondos, sanos y cantarines.

Como fui un obstinado cazador de ranas, entiendo la preocupación del ayuntamiento por ponerle pasos subterráneos a los batracios para que crucen bajo Alfonso Molina y puedan viajar de Matogrande a Carrefour como cualquier vecino. Pero, como hay que optimizar recursos, lo mejor sería aprovechar las humedades del túnel del Parrote para crear allí una gran poza institucional donde los bichos puedan chapotear y croar a sus anchas. Como charca es cierto que resulta un poco cara, pero solo en apariencia. Porque nos ahorraríamos el arreglo de las filtraciones, los canales anfibios de Lavedra y, sobre todo, el pastón que estamos fundiendo en desatascar los camiones que han cogido por costumbre encallar en el túnel. ¿Y lo felices que serían las ranas municipales? Eso no tiene precio.