Batracios en Alfonso Molina hay unos cuantos. Está el que te pega el morro del coche al maletero para pedir paso. También el que adelanta por la derecha a 120, el que te pita si considera que vas despacio… Pero son otros batracios los que preocupan hoy a nuestro gobierno local. En concreto, las ranas que pueblan desde el jurásico nuestras charcas y praderas.
Crear pasos para anfibios bajo Alfonso Molina con tubos de un metro de diámetro para que las ranas -y demás microfauna- puedan cruzar al otro lado sin ser trituradas por los camiones es una de las medidas estrella del proyecto de urbanización de las márgenes de la avenida que impulsa el ejecutivo coruñés. En el plan comparten protagonismo estos bichiños con huertas urbanas para lechugas, la protección de las pancartas que la gente cuelga desde las pasarelas para peatones o la instalación de vallas con mensajes que permitan «distorsionar la lógica capitalista».
Se echan en falta, en cambio, un programa de educación de anfibios que enseñe a las ranas a utilizar los tubos para cruzar, la urbanización de las propias márgenes de estos conductos para que los batracios se sientan en plena naturaleza durante el tránsito, una señalización adecuada que evite el exceso de velocidad, controles de alcoholemia y una campaña de dispersión de depredadores para evitar que las gaviotas se pongan las botas a la salida del túnel.
Tampoco venía mal un estudio para saber cuántas ranas quedan exactamente en Elviña y Matogrande. Y de esas estadísticas tienen que saber mucho los que vivían junto a la vieja cantera de Santa Margarita, porque aquella charca era una mina de batracios… hasta que se construyó el Palacio de la Ópera. Aquello fue una escabechina, porque a nadie se le ocurrió pasar por debajo del auditorio unos tubos que habrían salvado las colonias. Claro que tampoco interesaba que croasen en los conciertos...
Un proyecto preferente el del parque jurásico de Alfonso Molina (la definición es de mi compañero Pablo Portabales), si no fuera porque los otros batracios, los que van al volante, montan caravanas de diez kilómetros cada vez que se pasan de frenada. Y, tratando de evitarlas llevamos 18 años a la espera de una ampliación que no llega y que parece prioritaria. Es el cuarto proyecto que se redacta para la avenida; los tres anteriores no se ejecutaron, y si nada retrasa aún más el proceso, seguiremos en el atasco hasta el 2020. Eso sí, tendremos ranas cruzando felices bajo las ruedas de nuestros coches y podremos colgar una pancarta en el paso elevado expresando nuestros sentimientos. Vayan pensando lo que van a escribir. Si es que el proyecto llega a buen puerto, porque poner cada tubo cuesta cien mil euros, y ahí va a ser complicado romper la lógica capitalista.