«Estamos ya muy cansados de buenas palabras y que luego no hagan nada»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Los chabolistas dicen que el nuevo gobierno local «solo apareció para decir que una nave se cae y que nos fuéramos»

08 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevan 25 años entre barro, basura, ratas y escuchando promesas de una vida mejor. O como dicen ellos, «las mismas palabras de siempre y todo sigue igual o peor». El último censo conocido de la conservera Celta cifra en 129 el número de residentes. Reciben al periodista y al fotógrafo con ganas de hablar. De contar que están «ya cansados» de tantas «buenas intenciones», de que ahora les vengan con que «este es el Ayuntamiento de los pobres» y que por fin les llegará el día de la mudanza a una vivienda digna. «Promesas» que ni llegan ni se asoman.

Nada más entrar al asentamiento por un barrizal en el que uno ha de pensar si pisar el charco o la basura, a mano derecha, vive Adolfo con su joven esposa y sus hijos de corta edad. Prefiere que hablen otros con más voz en la conservera. Pero al preguntarle si ya le han ido a visitar para proponerle algún tipo de ayuda con la que pueda irse, dice que no. Que hace muchos meses fueron para decirles que cada familia recibiría ayudas para el alquiler, ya fuera una casa para quienes trabajan en la chatarra, o un piso. «No nos han vuelto a decir nada», sentencia.

Gonzalo llegó a la conservera hace 25 años, de crío. Iguala, por abajo, a los anteriores gobiernos municipales con el de ahora. «Son todos calcados», dice un hombre con peso en el poblado. La razón es que por su chabola, como por la de sus padres, llevan décadas pasando concejales «diciéndonos que nos buscarían un hogar para vivir y aquí seguimos. Escuchando lo mismo». De las críticas exculpa a funcionarios, técnicos o asistentes sociales, que sí pasan a ver lo «que necesitamos y nos gestionan algún tipo de ayuda».

¿Les vinieron a limpiar? ¿Les arreglaron los accesos? «Nada. En todo el 2016 solo vino una vez un camión a sacar un poco de escombro de una zona. Nada más». También acudieron responsables municipales para ordenar a los residentes que viven a los pies de la vieja nave que se fueran de ahí, que los pilares están en la ruina y se les puede venir todo encima. «Pero no les dieron una alternativa. No les dijeron que les darían ayuda para un piso. ¿A dónde se van a ir si no tienen nada?».

Con riesgo de desplome

Uno de los matrimonios que duermen con el riesgo de que se les caiga la nave es el de Antonio y Adelaida. Ya no tienen edad para trabajar. Ella se levanta todas las mañanas para coger un bus y sentarse a las puertas de un supermercado con la mano tendida. Hay días que las limosnas no le dan más que para un mendrugo de pan y chorizo del barato. Su hija y sus cuatro nietos vivían hasta hace poco junto a ella, en una furgoneta sin ruedas. Cuentan que cada familia tiene sus necesidades. «Los que trabajan con la chatarra no pueden irse a un piso, ya que necesitan un lugar en el que guardar lo que recogen. Por eso unos queremos pisos y otros casas», explica Adelaida. Gonzalo matiza que no exigen nada gratis, que con una ayuda para los gastos de alquiler, agua y luz ya nos sobra».

Explican que en el Ayuntamiento lo saben y, de hecho, les dijeron que atenderán las necesidades individualmente. «Pero todo son promesas».

Reconocen que en los últimos años realojaron a varias familias. Como Teresa, que ahora vive en un piso de Eirís gracias a la ayuda municipal. «Tuve mucha suerte», dice una mujer que casi a diario regresa a la vieja conservera para visitar a su hermana y llevarle lo que puede. También reconocen que algunos, después de recibir un dinero para alquilar o comprar un terreno, regresaron tras gastarlo.

El nuevo gobierno local anunció nada más tomar posesión la puesta en marcha de un «Plan de Vivenda Digna». ¿Qué tienen que decir a eso los poderes fácticos del asentamiento? Pues que ahí los esperan, «porque por el momento, por aquí nadie llegó con una propuesta», dice Gonzalo, un joven padre de familia que quiere dejar bien claro que en la conservera «no hay delincuentes», que la gente se dedica a las ferias, a la chatarra o al furtivismo para llevarse algo a la boca».

Muchas familias recibieron 12.000 euros para irse hace 15 años y en pocas semanas regresaron

En un reportaje similar a este, escrito hace 15 años, se contaba que en A Coruña había cerca de un millar de familias malviviendo en chabolas. Ahora son la mitad. Desde entonces y hasta la fecha han desaparecido los asentamientos de los arcones de Orillamar, el Oleoducto y, sobre todo, Penamoa. Tiempo atrás ya se habían ido los de la imprenta Roel, A Cubela, As Conchiñas, Veramar y Remanso. Se ha avanzado, sí, «pero queda todavía mucho por hacer», advierten desde el Ayuntamiento, que no esconden críticas a los anteriores planes de realojamiento.

Tampoco ahora se han marcado plazos. El alcalde, poco después de asumir el cargo, anunciaba que la erradicación del chabolismo era un proyecto a medio y largo plazo.

Una cosa es derribar chamizos y otra es atender a los que viven bajo sus techos. Todos los meses, Servicios Sociales atiende a más de doscientas familias que han salido o todavía siguen en asentamientos. Bien les dan ayudas al alquiler, bien los incluyen en planes específicos de empleo.

Lo que nadie quiere es que vuelva a suceder lo del 2006, cuando las fuerzas políticas de entonces, después de grandes esfuerzos y años con el intento, entregó 12.000 euros a las familias que ocupaban las instalaciones de la vieja fábrica y en pocas semanas regresaron. Peor aún: regresaron acompañados de familiares llegados de otros puntos de España e, incluso, Portugal. Para levantar más chamizos alrededor de la vieja y ruinosa nave. Desde entonces, se han ido sumando familias a mayor velocidad de las que han podido realojar.

Chatarreros y feriantes

Antonio fue testigo de ese éxodo temporal y exculpa a los que regresaron después de aceptar el dinero. «Les dieron dinero para comprar una finca en la que poder vivir y trabajar, pero los dejaron tirados cuando se les acabó», explica. El hecho de que la gran mayoría de los residentes trabajen en la chatarra o en las ferias, les obliga a disponer de un terreno en el que guardar el género. «Un piso no nos sirve para nada», advierte Gonzalo, que tiene una atracción. Por tanto, cada familia tiene sus necesidades y desde el Ayuntamiento lo saben, pues afirman que trabajan individualmente con cada núcleo familiar para orientar las ayudas.

Tal vez, dentro de quince años se volverá a escribir sobre esto. Tal vez, no.