De cumpleaños en el parque de bolas

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNCAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

16 dic 2016 . Actualizado a las 13:17 h.

Dentro de las innumerables sorpresas que depara la paternidad se encuentra la de los cumpleaños de los niños. Uno guarda en la memoria celebraciones de chocolate con churros en Bonilla y globos colgados en la pared. También el sabor de las medialunas de jamón york y queso, con los sofás tapados con sábanas y Parchís sonando de fondo. O, por supuesto, la emoción de ver otra vez la película de Superman, que alguien que tenía vídeo había grabado en Navidad cuando la emitieron por la primera cadena.

Un parque de bolas
Un parque de bolas

Olvídense de eso. Todo ha cambiado. Alrededor de los cumpleaños se ha creado toda una industria en A Coruña que a, quien tiene que dar un salto temporal de 30 y tantos años cuando la descendencia le obliga a retornar a la niñez, le deja perplejo. Sí, porque tras un primer aniversario casero con el crío aún bebé, llega el momento de desembarcar en los llamados parques de bolas. En ellos uno aprende a moverse sobre la marcha y termina por ser un auténtico profesional. ¡Qué remedio!

La cosa tiene sus reglas. Primero, hay que llevar unos calcetines especiales de cumpleaños. Sí, son un poco más gordos, están decorados con algún dibujo animado y, lo importante, llevan unas gomitas en la suela que impiden que el niño se esnafre entre salto y salto. Segundo, nada de llegar y darle un regalo al cumpleañero. Para eso existe un ritual montado. En uno de la zona de Riazor, por ejemplo, ponen al pequeño en un trono como un monarca, con una corona y una capa real. Y allí se harta a abrir los regalos de sus amiguitos.

Antes hay que saltar en los hinchables y tirarse por los toboganes. Un poco amedrentado, temiendo que el peque se abra la crisma de un momento a otro, ves a los niños gritar, reírse y explosionar de felicidad. Luego, llega sesión de música. Manda Cantajuego. Al tercer cumple que acudes ya cantas el grandes éxitos del grupo y sabes las coreografías. Todo ello con monitores guiando el cotarro y padres agotando la memoria del móvil de tanto hacer fotos.

El éxito de estos locales resulta tremendo. Algunos, como el mítico de la Sagrada Familia, acogen diferentes salones donde se pueden realizar varias fiestas simultáneas. Otros ya se asientan directamente en una gran nave industrial, como el que funciona en Alvedro. Y los hay que se han especializado en camas elásticas, con opción a ¡luces de discoteca! Si eres padre no hay escapatoria: terminas allí más pronto que tarde. En los progenitores muchas veces se dibuja la mueca de fastidio. En algunos, una mezcla de envidia y curiosidad.

En uno en el que tuve que ir hace poco, mi hijo se coló por un laberinto hinchable, negándose a salir. Entre a por él. No miraban los monitores. Aproveché para probar. Y allí, rebozado entre las bolas de colores, lo entendí todo: ¡Eso mola mucho!