Un mercado que nació y creció en Penamoa y se dispersó por la ciudad

La Voz

A CORUÑA CIUDAD

02 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Que haya habido tantos golpes al tráfico de droga en los últimos años no significa que haya más drogadictos que antes ni camellos tan poderosos. Esto es un hecho. Lo dice la policía. Y muerto Penamoa, tampoco se puede decir que haya barrios devastados por la venta y el consumo. Pero sí es cierto, según fuentes policiales, que ha habido zonas más castigadas que otras. Sobre todo aquellas a las que han ido a parar expulsados del asentamiento chabolista de Penamoa, como Meicende, Sagrada Familia, Agra del Orzán o incluso Monte Alto. En las últimas semanas se ha detectado también un punto de venta y consumo de heroína en la Ciudad Vieja.

En el Agra son personas de origen africano las que se hicieron con el mercado. Cuando Penamoa desapareció, los clanes que mandan y ordenan en los asentamientos chabolistas de Ferrol se hicieron con el poder. Casi toda la heroína que se vende en Galicia sale de esos chamizos. Desde ahí se distribuyen. Hubo un tiempo en que los toxicómanos acudían a Ferrol a comprar las dosis, pues en A Coruña había temporadas que la demanda superaba a la oferta.

Viajes a Ferrol

Pero pronto dejaron de hacerlo. El viaje les obligaba a un gasto en transporte costoso y la policía, que sabía de esto, empezó a montar puestos de vigilancia en las estaciones de autobuses de ambas ciudades y a las puertas de los asentamientos. Así que fueron los traficantes de A Coruña, experimentados, los que empezaron a ir a Ferrol para luego venderla en A Coruña. «Se hicieron de oro enseguida por ser pocos -no muchos más de diez- y tener un gran mercado solo para ellos», sostienen fuentes judiciales.

La policía ha notado también que los camellos son menos descarados y más jóvenes. Ya no es como antes. En un mundo donde la traición es la música de fondo y en el que todos, tarde o temprano, terminan cayendo, a los camellos no les quedó otra que reinventarse. Ya no le venden droga a cualquiera y estrechan su negocio a un reducido grupo de fieles clientes. Ya no es aquello de ir por primera vez a un bar donde todo el mundo sabía que se vendía hachís, cocaína o lo que fuera, lo que complica el trabajo policial.