A la sombra de la parra urbanita

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

27 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya está. Sobrevivimos al verano, agazapados bajo la sombra de los negrillos y castaños de las Bárbaras, olisqueando el Nordés, paladeando su sabor a océano, a temporales llegados desde mar adentro. Llega el otoño, que también hay que pasar en la plazuela de Santa Bárbara, apañando castañas del suelo y viendo pasar los gatos callejeros que van a tomar su rancho en los portales de Herrerías.

Si uno se cansa de recolectar erizos y castañas -que este año escasean de lo lindo en las Bárbaras-, lo suyo es irse de temporero a la vendimia urbana, aunque solo sea de mirón, para recrear la vista con los golosos racimos que cuelgan del cielo de A Coruña.

Cuando había estaciones -quiero decir cuatro, no solo dos-, al coruñés le gustaba un rato largo el otoño, porque después del alboroto de agosto, que convierte el veraneo en una especie de carrera histérica de playa en playa, al final el nativo se podía refugiar de nuevo en su fútbol dominguero, en sus garimbas de después del curro y en la charla a fuego lento con una copa de algo en la mano.

Al hedonista coruñés -perdón por la redundancia- hay pocas cosas que le gusten más que sentarse en el primer otoño bajo la sombra de una parra aún sin vendimiar, para alargar la sobremesa hasta que cae la noche sobre la vid y las conversaciones.

En A Coruña hay al menos dos viñedos de salón, urbanitas y de asfalto, que nos sirven de sombrilla en verano y de breve paraguas en otoño (si solo pinga un poco, como llueva de verdad la parra hace de ducha con hidromasaje). Hay otra parra incipiente en un balcón de la calle Sinagoga, pero todavía es un esqueje que se aferra a su cable como queriendo trepar a las nubes. Para parra, cómo no, está la de La Parra, el histórico bar de la esquina de la calle San Amaro. Es una vid frondosa, con racimos opulentos y colgones, que hace de toldo en la terraza del local para que los parroquianos se tomen su tapa de oreja a cubierto. La otra parra señoritinga de la ciudad está en la Travesía de la Estrecha de San Andrés y luce sobre la entrada de O Viñedo de Tito. La viña de Tito es una parra desparramada, barroca y despendolada que empieza en Cordonería y baja por la travesía, sobre los barriles, chicharrones y vinos de Tito, hasta dar en la Estrecha misma, enredándose en los balcones de una hermosa galería modernista, y trepa por los cables de la luz como queriendo cruzar a la Barrera.

A veces -muy raras veces- algunas noches del último septiembre se ven las estrellas entre los sarmientos y las uvas gordechas aún sin vendimiar. Y uno se cree, o quiere creer, que está de nuevo bajo el firmamento tatuado de galaxias de agosto.