Aquí me encuentras fijo

La Voz

A CORUÑA CIUDAD

MARCOS MÍGUEZ

TODOS VAMOS AL MISMO SITIO A vernos y a dejarnos ver. ¿Por qué nos apelotonamos cada fin de semana? Buscamos la respuesta en un recorrido por esas calles en las que nunca cabe un alfiler.

23 jul 2016 . Actualizado a las 15:34 h.

Por Patricia García, Tania Taboada, Noelia Silvosa, Juan Capeáns, Cändida Andaluz, Begoña R. Sotelino, Carmen García de Burgos

Es matemático. Llega el fin de semana y todos acabamos en la misma calle. Justamente en esa que media ciudad ha decidido que lo pete. La estampa se repite. Un local tras otro, vinos, cañas, tapas. Gente dentro pero, sobre todo, en la terraza de cada bar. Esos privilegiados que han bajado con el tiempo suficiente para coger mesa se regodean ante los que esperan al acecho, primero disimulando y luego echándoles directamente con la mirada. Es lo que hay. Así es la experiencia en esos escaparates de cada ciudad en los que nos encanta exponernos. Y hoy vamos a conocerlos todos. La ruta empieza en A Coruña.

 ESTA CALLE TIENE ESTRELLA

Su nombre hacía honor a su fama hace mucho mucho tiempo. Pero la calle de la Estrella vivió en el olvido durante muchos años. Un salón de juegos era lo único que quedaba en este paso peatonal de A Coruña que une la plaza de Santa Catalina con Rúa Nueva, en el centro. Cualquiera que vaya hoy a la Estrella puede pensar que ese pasado oscuro fue una pesadilla. Repleta de locales, terrazas y gente es una de las zonas con más ambiente en la ciudad. Aquí la movida empieza ya a última hora de la tarde, cuando coruñeses y no coruñeses se juntan en sus bares para tomar un vino y un pincho

La vida de la Estrella puede sentirse a metros de distancia. Justo antes de doblar la esquina que comunica con Santa Catalina, el murmullo hace prever lo que va a pasar. «Me gusta quedar aquí con mis amigas para tomar unas tapas y unas cañas y ponernos al día de todo lo que nos pasó durante la semana», asegura Marimar Mariño, una de las coruñesas asiduas de la Estrella. Para Victoria Alba no hay fin de semana sin parada en el Anduriña, uno de los clásicos de la calle. «Sus tapas son lo mejor». Aquí, en la Estrella, se reencuentra con antiguos compañeros de clase. «Lo que más me gusta es el ambiente y lo animada que está todo el año. Da gusto bajar a la calle en verano y ver que todo el mundo está fuera de los bares tomando algo», apunta María Freire.

La Estrella no tiene límite de edad. Es un pañuelo de mundo donde coinciden jóvenes y mayores. Su fama se extiende hasta la perpendicular Mantelería, donde los grupos a las puertas de los bares se van haciendo más grandes conforme cae la noche. El apelativo de calle de moda de la Estrella no es gratuito. Su fama se debe también a su oferta gastronómica. Aquí puedes trasladarte a oriente con los baos, el bocadillo que viene de Asia; cansarte de comer chipirones o sentarte a la mesa para comer la mejor carne a la parrilla con cuchillo y tenedor sobre con mantel de tela. De lo más enxebre a lo más gourmet. «Me gustan las tapas de El Rincón de Eli. Siempre tiene caldo gallego y las croquetas son increíbles. Además le dan piruletas a los niños», cuenta Javier, que prefiere quedarse al comienzo de la calle, evitando el mogollón. Porque ser la calle de moda tiene sus pegas. Y una es la cantidad de gente que se reúne en este espacio relativamente pequeño. A ciertas horas es mejor que no intentes atravesarla, sobre todo las noches de los viernes y de los sábados. Si pensabas que este era el camino más corto para moverte por el centro te equivocas. Atravesar la Estrella en hora punta es casi misión imposible. Es el peaje de la fama. Pero aún así merece la pena tomar la primera en nuestra Estrella.

LUGO SE VA A LA RÚA NOVA  

ALBERTO LÓPEZ

Ábranse paso en la calle del ambiente por antonomasia en Lugo. ¿Saben cuál es? Venga, un paso adelante. Cualquier visitante que llegue a la ciudad de la Muralla y busque movida y diversión tiene un destino: tomar dirección Rúa Nova. No se preocupe, no le hará falta mirar el letrero indicador para asegurarse de que se encuentra en la calle buscada, ¡la multitud y el abarrote la delatan!

La Rúa Nova tiene una longitud de medio kilómetro y en 150 metros se concentran una veintena de bares y restaurantes. Con la llegada del buen tiempo los propietarios instalan las mesas fuera y disfrutar aquí de un refresco es de lo más placentero. «Esta calle es genial porque se adapta a todo tipo de alternativas. Tanto se puede ir a tomar un café por la mañana, el vermú del domingo, cañear después de trabajar o venir por la noche en plan fiestón. Siempre hay gente», cuenta una pandilla de lucenses que frecuenta a menudo esta zona. Los que optan por pasar una noche de fiesta suelen pisar esta calle para meterse de lleno en el corazón del ambiente. Aunque hay pubs y coctelerías, los establecimientos hosteleros que aquí perduran son restaurantes y bares de tapeo. «Solemos quedar en uno de los bares para tomar una caña antes de cenar y después hacemos el recorrido de copas por los distintos locales de música alta», explica Noelia, una habitual de esta calle.

«Nosotros quedamos para hacer los vinos y charlar. Intentamos hacer la ruta, pero no en todos bebemos alcohol porque si no podemos acabar tarumbas», explica Brais, otro fiel a esta calle. «Nosotros venimos muchos domingos a tomar el vermú. Alternamos los bares porque todos están bien», explica una pareja que no acostumbra a salir de noche pero sí bajar al vermú. «Mi marido y yo venimos a comer todos los festivos a un restaurante de esta calle. Antes de comer tomamos unas cañas a la vez que disfrutamos del ambiente».

Los que visitan por primera vez la calle se quedan sorprendidos de la multitud que se concentra en este espacio y de la gran variedad de tapas y pinchos que sirven de manera gratuita. «La primera vez que vinimos a esta zona flipamos. Mogollón de ambiente y lo mejor: no tuvimos que cenar. Cenamos a base de todas las tapas y pinchos que nos pusieron», revela una pareja que se encontraba en uno de los locales de la Rúa Nova. Un clásico. Una calle de toda la vida, donde el ambiente está garantizado. Un placer esto de coincidir aquí.

FERROL Y A MAGDALENA  

ANGEL MANSO

Muchos ferrolanos siguen tirando de clásico. Y es que si hablamos de calle con ambiente, es difícil no decir A Magdalena. Ha sido y es una de las referencias de la marcha en la ciudad naval. Punto estratégico de vinos y de tapas, se lo ha ganado tan a pulso que es una de las tres calles que el Ayuntamiento corta en verano para facilitar la instalación de terrazas y el flujo de clientes. Las otras dos son el Cantón y Pardo Bajo, donde el terraceo es también el pan de cada día. En su día lo fue también la calle del Sol, que sin embargo perdió esa chispa.

Pero A Magdalena es A Magdalena. Lleva mucho tiempo aguantando el tirón y reuniendo a todo tipo de público. Cualquiera que la conozca sabe que es una calle con dos ambientes, el de primera hora y el de última. Nosotros quisimos ser lights y nos acercamos a última hora, pero de la tarde. Allí nos encontramos a Antonio Pita con familia y amigos. Son ellos quienes posan sonrientes para la foto, alzando las copas cual brindis de champán. La ocasión lo merece. Y una tarde de terraceo con su gente todavía más. Antonio -en primer plano con vaqueros y polo azul- nos cuenta qué es eso de los dos ambientes. «El primero es el de vinos, cañas y tapas en un horario para gente como yo, que venimos con niños y no nos quedamos hasta tarde», cuenta este ferrolano que, no obstante, sabe lo que se cuece en horas indecentes: «La gente joven viene a partir de las dos y media o tres de la madrugada, porque en esta calle hay también pubs».

Antonio dice que, aunque «esto va por modas», A Magdalena resiste porque tiene ese toque familiar que hace que uno se sienta como en casa. «Aquí nos vemos todos. Si siempre lo digo, que Ferrol es una aldea con teléfono», señala divertido. «Hay gente con la que quedamos y otra que encuentras aquí porque también baja», añade. Aunque el corte de la calle ha levantado ampollas entre más de un conductor, él como cliente lo ve ideal: «Se nota mucho que la calle está cortada porque le da mucha vida y la gente se anima más».

A RAÍÑA EN SANTIAGO  

SANDRA ALONSO

A Raíña vuelve a ser la reina en Santiago. Siempre fue considerada la hermana pequeña del Franco, que es la que se lleva la fama turística, pero de un tiempo a esta parte ha vuelto a ser el punto de encuentro y arranque de la movida compostelana con un razonable equilibrio de visitantes, peregrinos de todas las nacionalidades, estudiantes y picheleiros de toda la vida y todas las edades.

La calle es peatonal y relativamente estrecha, pero hace un par de años se tomó la arriesgada decisión de permitir las terrazas en locales de los negocios de hostelería, que ocupan un 90 % de los bajos comerciales. Hubo un acuerdo entre los empresarios que, alternativamente a un lado o al otro de la calle, pueden poner sus terrazas. Fue y es un exitazo continuado que ha animado a la rehabilitación de las últimas tascas que quedaban en la zona sin perder la esencia de una zona de vinos. Desde el veterano Orense, que es el favorito de los jóvenes, al San Jaime, con sus tapas de croqueta y tortilla y una cocina renovada y más que recomendable. No es el único que atrae por sus pinchos gratuitos. El Trafalgar y sus tigres es otro de los clásicos, como Los Caracoles, el Sant Yago o el Central. Estos últimos se caracterizan por estar regentados por hosteleros jóvenes de familias que llevan hasta tres generaciones en la calle y que empezaron hace un siglo con los barriles de ribeiro y las tazas. En esa transición generacional andan también el Coruña y el Orella, que son los bares de bocadillos más famosos de Compostela y que siempre reúnen a grupos con ganas de solucionar la cena por la vía rápida y sin gastar demasiado dinero. Pero la salsa de A Raíña está en la calle, un fabuloso escaparate para encontrarse a partir de las ocho de la tarde y hasta bien pasada la medianoche para lanzarse a la noche de Santiago.

TAPEANDO POR OURENSE  

Antonio Cortés

No hay lugar a dudas. Si vas a Ourense y quieres tapear o salir de copas tienes que moverte por el casco viejo de la capital. Las calles Lepanto, la Paz, Fornos, Pizarro, Unión, las praza do Ferro o Eironciño dos Cabaleiro, entre otras muchas, están llenas de bares para tapear hasta llegada la madrugada. Desde los más tradicionales hasta los de vanguardia. Niños, jóvenes y mayores, pandillas y familias enteras se dan cita en alguno de las decenas de establecimientos que con sus terrazas en la calle llenan las noches de los ourensanos. Desde oreja, morunos, setas, solomillo, jamón asado, patatas bravas, jamón o pulpo a los más sofisticados pinchos. De unos se pasa a otros casi sin respirar. Son locales que no cuentan con un espacio importante dentro, pero que multiplican sus mesas en el exterior. El bar Orellas, la Taberna do Meigallo, el Duque, Pingallo, María Andrea, Sanmiguel, Mesón do Queixo, O Lar da Sabela, el bar San Xes, el Rey del Jamón, el Trangallán, O Enxebre, A Nosa Taberna, el Montederramo, Priorato, el Pérez o la Taberna del Perico son solo algunos ejemplos de la variedad de locales. Si en lugar de tapear, lo que apetece es tomar una primera copa, no hay que desplazarse demasiado. En la praza de Santa Eufemia, a escasos metros del tapeo, se encuentran, entre otros, el Latino, en el mismo espacio que el clásico Miudiño y el recientemente reformado El Real. También en la del Corregidor se puede tomar una copa en el Auriense incluso, si cuadra bien, con música en directo. Espacios que sirven de antesala para la fiesta que parten de la una de la madrugada. Entonces no solo abren otros locales, sino que algunos que hasta hace un par de horas servían empanadillas se transforman. Bajan las luces, encienden la música y cambian los porrones y tazas de vino por las copas. La fiesta final se puede disfrutar en el Lázaros, la única discoteca abierta a la que acuden los jóvenes a partir de las cinco de la mañana.

Y seguimos hasta que el cuerpo aguante este juego de la oca por las calles con más ambiente de Galicia. Puede ser una experiencia religiosa, como dice aquel tema de Enrique Iglesias que enloqueció a muchas en los noventa. Qué mejor sed que la de ganarse el cielo, aunque sea de cañas...

TAPA Y COBIJO EN VIGO  

Oscar Vazquez

 En Vigo hay tal devoción por el Cristo de la Victoria, que la gente joven procesiona todo el año (dando pequeños pasitos hasta la barra más próxima) delante del templo que le cobija. A la Concatedral, que un vigués denominará siempre La Colegiata, le ha salido competencia de nombre parecido pero significado completamente diferente: La Colegiala, un bar de tapas al que poco preocupan a sus responsables las mínimas dimensiones del local, ya que a su clientela le ha dado por reconquistar la Praza da Igrexa y el mobiliario lo ponen a medias el Ayuntamiento y la cristiandad. De este modo, se desparraman cada día por sus escaleras cientos de personas con su cerveza en una mano y la tosta en la otra. Ese es uno de los puntos calientes del renovado Casco Vello de Vigo, que aunque bulle por todas sus esquinas, es en espacios como esta plaza pétrea donde se aprecia su esplendor en ocupantes por metro cuadrado.

Poco importa que las vistas que desde allí se aprecian sean las del cartelón del MediaMarkt del centro comercial que se plantó ante el Muelle de Trasatlánticos hace unos años ocultando la ría. Allí, vigueses y foráneos, unidos por la estrella de Galicia, se dan la mano mirando a un infinito que no está en las islas Cíes, está en el culo de un vaso. Algo hay.

Quizás bajo la escalinata concatedralicia reposen milenarias piedras imantadas que atraen posaderas ferromagnéticas. Lo cierto es que diez pasos más abajo, en la praza de A Pedra, el panorama cambia de forma radical. Tras el cierre del popular mercado donde lo mismo te comprabas un Winston de batea, unos Levis a precios sin competencia o un polo Lacoste a precio de coste, la plaza está más despejada que nunca. Aunque para el plan de tapeo de tarde-noche, nunca tuvo tirón. La que lo tiene, aunque la hostelería local pasó décadas desaprovechando esa mina, es la plaza de la Constitución. Ahora es un círculo de bares y terrazas que rodean a niños de visita, sin barrio propio, jugando a grito pelao.

UN PARAÍSO EN PONTEVEDRA  

CAPOTILLO

En el paraíso de las terrazas, la praza da Verdura es la fuente de la eterna juventud. No importa qué edad se tenga, ni cuáles sean los gustos o aficiones de uno. El espacio comprendido entre las fachadas de la restaurada sede de Turismo de Pontevedra -la Casa da Luz, un edificio con cuatro siglos de historia y que, entre otras cosas, albergó la primera fábrica de luz de la villa en 1888- y la de uno de los negocios que más ha prosperado en los últimos años, el Pintxoviño, escondido en el corazón de un centro histórico cada día más vivo, palpita media ciudad.

No todos los locales de hostelería que delimitan la plaza -el hotel Rúas, el tradicional Feira Vella, Los Maristas, Os Carballos y el propio de tapas y pinchos- funcionan a pleno rendimiento las veinticuatro horas el día. Pero siempre hay alguno.

El verano es especialmente intenso para los pocos vecinos de la plaza. Los cafés y los desayunos tardíos con sus correspondientes churros suelen llenar las mesas del Rúas, pero a medida que avanza la mañana, los veladores van tomando la plaza. El resto de locales van desperezándose y comienzan una ocupación que para cuando llega la última hora de la tarde es absoluta.

Si tienes pensado probar alguna de las terrazas que congregan a la totalidad de la ciudad, más te vale llegar pronto. O prepararte para aguantar de pie a que alguna de las mesas quede libre. Pero tómate tu tiempo. No tengas prisa. Para la espera, siempre quedarán las escaleras de piedra bajo los soportales.

En caso de imposibilidad absoluta, la vecina Praza da Leña, a apenas un edificio de distancia, acoge a los comensales que buscan un tapeo algo más elaborado. Si A Verdura es la reina absoluta de los pinchos, los calamares a la romana y el jamón asado, su hermana menor (por tamaño, que no en atractivo o popularidad) ofrece tapas más elaboradas y un restaurante de los de sentarse a disfrutar sin esperar, eso sí, la cola.