Día de Difuntos: visitar los cementerios, asistir a tres misas y ver el Tenorio

Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

Eran las costumbres de los coruñeses tal día como hoy hace cien años

02 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Un año más se repetían las tradiciones. Apenas había variación. Hace cien años, para la celebración de Santos y Difuntos, el vecindario de A Coruña seguía un ritual que solo se veía alterado por el mal tiempo. En los días previos, los buñuelos de viento, los huesos de santo, las castañas y el aguardiente anisado consumidos en las casas y en los numerosos puestos callejeros anunciaban la proximidad del deber de cumplir con los deudos fallecidos.

La visita a los cementerios comenzaba en la mañana del uno de noviembre y la asistencia de público se incrementaba con el paso de las horas. Por la tarde el gentío era tan grande que apenas se podía caminar entre los sepulcros. En el de San Amaro la multitud invadía, en un ir y venir constante y respetuoso, todo el espacio y después de recordar a los suyos visitaba los grandes panteones recién construidos y se detenía a contemplar las demostraciones piadosas de los demás.

Llegan las flores a las tumbas

Pero en 1911 se había producido una sutil transformación o así lo percibió la prensa de la época. Si bien aún se mantenían muchas coronas de plumas, sedas, cintas y abalorios, que se guardaban y sacaban cada aniversario para adornar las tumbas, predominaban, como nunca antes había ocurrido, las coronas, cruces y ramos de flores naturales que fueron transformando los cementerios en unos jardines floreados. Un cambio paulatino de costumbres que ya había comenzado en años anteriores.

Lo que no cambiaba era el entusiasmo por Don Juan Tenorio. La obra de Zorrilla, que había sido estrenada en Madrid en 1844, seguía encandilando a la multitud. Desde hacía décadas se representaba, bien por compañías profesionales, bien por aficionados, en el Teatro Principal (hoy Rosalía de Castro) en la tarde y noche de los días anteriores y posteriores a Difuntos. Y el éxito estaba asegurado. Fuese cual fuese la calidad de los actores, las masas llenaban siempre el teatro, incansables y deseosas de escuchar las palabras de don Juan: «Llamé al cielo y no me oyó, / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, y no yo».

También eran multitud los que asistían en el Pabellón Lino a las sesiones cinematográficas en las que se reproducía la película muda Don Juan Tenorio, costumbre que se repetía desde 1905 cuando el empresario Lino Pérez trajo las primeras películas que se hicieron sobre don Juan.

Al día siguiente, 2 de noviembre, antes de apuntar el alba, las campanas de las iglesias, doblando a muerto, llamaban a los fieles a la oración. Los templos se llenaban de creyentes que, cumpliendo con el ritual de las tres misas, iban a orar por los suyos, por los que fueron y por los que ya no son. Tradición que se remontaba hasta 1748 cuando el papa Benedicto XIV concedió a los sacerdotes de España y Portugal el privilegio de que pudieran celebrar tres misas seguidas ese día, incrementando así los sufragios por las ánimas difuntas.

Después se repetía la visita a los cementerios y aquellos que no lo habían hecho en los días precedentes iban a ver en el teatro o en el cinematógrafo el Tenorio. Era lo obligado en una fecha como la de hoy.