Xoel López: «Aspiro a acercarme a la música con la misma pureza de un niño»

Javier Becerra
Javier Becerra A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

El coruñés acaba de editar Paramales, el segundo disco con su firma en el que reafirma la apuesta ecléctica de Atlántico

21 jun 2015 . Actualizado a las 11:23 h.

El cambio continúa. Xoel López (A Coruña, 1977) ya no es el jovenzuelo que sorprendió en los albores de la década pasada haciendo música  de raíz sesentera e influenciado  por el brit-pop. Tampoco el que dio el salto multinacional castellanizándose y mirando a bandas como Interpol o Arcade Fire. Desde que decidió perderse por los mil y un caminos de América en aquella huida hacia ninguna parte que protagonizó hace un lustro, su concepción de la música cambió. También la de la vida. Hoy, con su paternidad recién estrenada, es un hombre sereno, que pelea por quitarse prejuicios y que aspira a vivir la música en su máxima libertad. Parte de ello se plasma en Paramales, el segundo disco editado a su nombre tras el vuelco que supuso Atlántico (2012). Se trata de un collage multiforme de géneros. Hay folk, hay afro-pop, hay rancheras, hay synth-pop, hay reminiscencias argentinas. Pero sobre todo hay un músico inquieto que abre una puerta. Excitante y totalmente nueva.  

¿Estamos ante el Xoel más atrevido y experimental de su carrera?

Buff... Hacer esas afirmaciones tan categóricas es complicado. Las comentas en tu contexto particular y luego lo ves ahí escrito en el papel y te quedas: «Buff, no es para tanto». 

Le prometo que no le voy a colocar un titular en plan «Es el disco más experimental de mi vida».

Pues sería un buen titular, que a veces salen cosas menos representativas [risas]. Yo creo que Paramales es mi disco más ecléctico y el que más aristas tiene. Me he atrevido a ser muchas cosas y, al mismo tiempo, forman un todo más experimental. De todos modos, soy prudente. ¿Qué es experimental? Pues para mí, que hago canción popular, sí. Pero un músico que se dedica a la experimentación se puede reír de esto, claro. 

Bueno, «A serea o mariñeiro» no casa con casi nada que se haga ahora en el pop, ¿no cree?

Ya habíamos hablado del tema en otra entrevista, ¿recuerdas?

Sí, antes de entrar a grabar lo definía como «afro-galaico». Lo retrató muy bien. Una gran etiqueta. 

Sí, totalmente [risas]. Es más moderno de lo que yo había pensado. Ángel Luján, el productor, me animó a hacer cosas más actuales. Atlántico es un disco casi folclórico. Salvo alguna guitarra eléctrica, el resto podría haber sido tocado en el siglo XVIII. A serea o mariñeiro podría ser una canción folk, pero llevada al siglo XXI. Hay cierto espíritu de cosas que hice a los 21 y se abre un nuevo camino. 

Dos cosas llaman la atención esta vez: los sintetizadores y los ritmos. 

Sí, lo de los ritmos viene de atrás. Ya en Atlántico se podía ver un tratamiento diferente en ese sentido. Y marca mucho. Es una diferencia de esta etapa respecto a mi pasado y respecto a los grupos que puede haber en España. Para bien o para mal es diferenciador. Los sintes para mí son un toque de aire fresco. Llevaba mucho tiempo sin usarlos, pero me hice con uno analógico que me influyó. Todo es muy circunstancial. Te regalan un cuatro venezolano y lo metes en tu música. Esto fue igual. 

El uso es muy ochentero, muy de «que se note», ¿no?

Sí, no sé si se sabe, pero a mí los ochenta me gustaron mucho. Es que es nuestra infancia. Hay algo nostálgico en ese sonido que me conecta con el Xoel niño de A Coruña. 

Al oyente adulto le provoca un viaje emocional a ese época. 

Claro, está siempre ahí una M80 sonando de fondo [risas]. Son los primeros discos que escuchaba, el sonido que estaba de fondo cuando descubría la vida. Los sintes me hacen sentir nostalgia, pero una nostalgia muy bonita. 

Empieza el disco cantando sobre su luna de miel. Lo termina con una canción compuesta por Lola Garrido, su esposa. ¿El amor está en el aire de «Paramales»?

Escribo sobre lo que vivo. No es un diario de mi vida, pero sí que está conectado todo lo que me pasa. Se abre y se cierra con una canción de amor. La verdad es que alguna canción refleja mucho mi vida íntima actual.

En medio sitúa «Caracoles». Habla del amor como refugio, como lugar de paz. ¿Rehúye el habitual discurso apasionado del amor en el pop?

Sí, miro al amor sin idealismo y, sobre todo, con sus complejidades, sus cosas buenas y malas. No es el amor idealizado y maravilloso, de esta cosa que te entra por el estómago y te hace levitar [hace el gesto]. Eso no me interesa. Me interesa el amor casi como arte, como decía Erich Fromm. Ese es el que me interesa y me gustaría pensar que está reflejado en el disco.

¿No ha caído en la tentación de colar a su hijo entre sus versos?

No, porque cuando nació Nahuel ya tenía las canciones. Pero yo me invento canciones cada día y le canto mucho en casa. Pero no he hecho una canción para él aún. Supongo que caerá. 

Conozco a una niña de tres años que le encanta «Yo solo quería que me llevases a bailar». ¿Le gusta?

¡Qué bueno! Joaquín Reyes me dijo que a sus hijos le gustaba mucho El asaltante de estaciones. Me queda claro que mi música es para todas las edades, pero nunca pensé que le interesase a niños de tres años. Me gusta mucho. 

Los expertos en mercadotecnia pop dicen que una de las claves para la eternidad de un artista es que los niños tarareen sus canciones. ¿Está de acuerdo?

Ahora que lo dices, a mí me gustan artistas que le gustaban a mis padres. Ellos escuchaban a Serrat. A mí me entraba sin darme cuenta. Yo lo empiezo a ver en nuestra generación. El otro día en la Fnac de Madrid le firmaba el disco a un niño de seis años que se llamaba Xoel.   

¿Le atrae la idea de convertirse en un artista familiar?

Sí, por qué no. Siempre pensé, como un ideal de público, en gente en el coche escuchando mi música con sus hijos. Yo hago canción popular y eso puede llegar a todo el mundo. 

Este fin de semana ha estado Mocedades en Galicia. No sé sabe por qué pero Su «Amor de hombre» encantó a los niños. Eso permite que sigamos hablando hoy de ellos.  

Y que lo hagas sin juzgar, sino asumiéndolo. Un niño no tiene prejuicios. Lo decía Picasso. Al final se trata de volver otra vez a la pureza de ser niño. Yo aspiro a acercarme a la música así. Es un «si me gusta me da igual».

¿Hubo mucho juego en el disco?

Sí, fue divertido. En la parte de la producción hubo mucho juego, discusiones, «vamos a atrevernos con esto». 

¿Lo ha hecho tan diferente la producción?

Bueno, lo produce otra persona y tiene que sonar diferente. Hay mucho ensayo-error y muchos hallazgos que nos encontramos por el camino.

El disco transmite serenidad, tranquilidad, equilibrio.  ¿Está de acuerdo?

Es que son ya 37 años, más me vale. Si no qué iba a ser, ¿un Calamaro de esos de la vida que anda por ahí a la deriva? Es un disco más reposado, en cuando a esencia. Hay equilibrio, pero también una producción que lo hace inquieto. Es como si me diera cuenta que, al tener lo emocional bien, había que jugar con lo estético 

De todos modos hay algún tema de uñas. Canta cosas como «Y que te falte el aire /  Y que te ahogue el silencio /  Y llores todos los días/ Como me hiciste llorar a mí». ¿Un recadito?

Sí, son cuentas pendientes que estaban ahí y sobre las que había que cantar. Había que ajustarlas, pero también había que compensar el disco. Tenía muchas más canciones que estas trece. Algunas que piden más uñas que otras. Pasa lo mismo con Sol de agua. Es una canción muy en la onda de Atlántico. Si el resto de las canciones fueran igual, esa cambiaría. Seguro. 

No solo ha cambiado en la manera de componer. Su léxico ahora es muy diferente. ¿Cosas como «Sonrisa dorada» o  «humo de plata»  podrían existir en Deluxe?

No. Eso es por América. Me sucede a menudo. Hay palabras que aquí serían cursis y que las uso. Yo hablando digo, por ejemplo, «es hermoso». Allí es cotidiano. Aquí te dicen «No es para tanto»

¿Se considera un «neofolclorista»?

Sí, podría ser. Lo mío tiene mucho que ver con lo que le pasa a todo el mundo. El folclore, la música popular y lo que luego la industria llamó pop no deja de ser eso. Yo escribo desde lo que nos pasa a todos. Trato recuperar cosas de hace décadas y siglos para darle un nuevo aires. Pero, bueno, quizá un neofoclorista sería Budiño. Lo mío es más complejo. Paramales es como la bola de plastilina en la que has mezclado diferentes colores y se genera una cosa que ya no sabes ni lo que es. Para mí algo así. Algo que se ha manoseado y mezclado mucho. 

Recoge de manera metafórica aspectos sociales. ¿Quería hacerlo pero que no se notase?

No lo pensé, pero está. Más de lo que yo pueda pensar cuando empecé a componer las canciones. 

Parece que hay una obligación en la actualidad entre los músicos: la de tenerse que pronunciar y dar pasos adelante. ¿Usted lo siente?

Yo no lo hice así. Me consta que hay otros músicos que dijeron: «Este es un disco que habla de la situación actual en España». Y lo hicieron con toda la intención. Lo mío no. Lo mío es algo en lo que se cuelan mis sentimientos en el día a día, y ahí entran un montón de temas. Tienes tu vida, pero también la de la gente que te rodea, Cuando un amigo tuyo sufre la crisis, te afecta. Yo no la sufrí directamente. Mi hijo está bien alimentado. Pero soy sensible a lo que hay a mi alrededor. No me muevo con gente rica, precisamente. Está en el aire. Cuando vas a escribir es prácticamente imposible que no te afecte. Bueno, hay gente que lo consigue, que vive en su burbuja. Yo no puedo.