07 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1983, recién llegado a la alcaldía, Francisco Vázquez, junto a su inseparable Moncho Núñez, puso en marcha un eje de desarrollo urbano ignoto hasta entonces. La educación y la cultura pasaban a ser ejes prioritarios de la actuación. Junto a los necesarios colegios -entonces aún se estudiaba en barracones en varios puntos de la ciudad- y una flamante red de bibliotecas, aún hoy envidiada en muchas otras grandes ciudades de España, encontró en los museos científicos un factor diferencial para situar a la ciudad coruñesa en vanguardia dentro del sector en España. Así surgió la Casa de las Ciencias, con su flamante Planetario, en el que varias generaciones descubrimos el péndulo de Foucalt y hasta aquellos rudimentarios ordenadores que resolvían problemas básicos. A Coruña creció con aquel museo y abrió una senda en la que muchas otras urbes quisieron perseverar. Si la ciencia fue el primer eje, el cuerpo humano fue el referente de la segunda etapa. Se eligió un referente de la arquitectura mundial, Arata Isozaki, y otros elementos singulares, como el guerrero de Botero. El ADN hecho con libros, el corazón, una Gioconda elaborada con fotos de miles de ciudadanos de todo el mundo y muchos otros elementos abundaron en el atractivo cultural de la ciudad. Como luego ocurriría con la Casa de los Peces. En el tintero quedó la Casa de la Historia. Entonces también se hablaba de electoralismo vazquista. Pero la herencia sigue en pie. Y reuniendo miles de visitas cada año. Feliz cumpleaños, Domus.

LA HUELLA CULTURAL DE LA CIUDAD