El acto comenzó a las once y media de la mañana y los periodistas invitados quedaron impresionados. El salón de la escuela estaba repleto de espectadores, en el centro se encontraban unos quince ciegos, de los que a diario recorrían las calles implorando la caridad pública, y delante los siete niños ciegos inscritos como alumnos. Al fondo, en una plataforma había un piano, prestado por la casa Canuto Berea, y una mesa presidida, entre otros, por las autoridades académicas de la ciudad. En la velada se entremezclaron los discursos, explicando la finalidad del centro y solicitando protección y amparo, con la ejecución de diversas piezas musicales a piano y flauta, por los profesores ciegos León de Parga y Juan Calvo Díaz, y la recitación del poema El niño ciego por Luis Agote Aguiar, alumno ciego de 8 años. Todas las intervenciones fueron acogidas con nutridos aplausos y felicitaciones de los asistentes.
Los comienzos resultaron difíciles, pues a la escasez de recursos se le sumaron los problemas provocados por las excesivas exigencias del preceptor musical, León de Parga, y por la mala conducta de algunos alumnos. Expulsados los díscolos, en noviembre de 1896 se sustituyó al profesor de música por el joven maestro de piano, ciego de nacimiento, Luciano Caño, quien se convertiría, junto con José María Salgado, en el alma máter de la educación a los invidentes en A Coruña y pasaría a ocupar un lugar en su callejero.