Antes de degustar un tueste del día, hay que paladear con calma estos metros de la ciudad perfecta. Lo mejor, antes de descender por la calle Ferrol desde Juan Flórez, es quedar con alguien en la esquina de Cortefiel, que es una de las esquinas donde quedaba la gente antes de cambiar el mundo real por las pantallitas. El dramaturgo Manuel Lorenzo me contaba que un día se encontró en la esquina de Cortefiel (dónde si no) a Rafael Dieste por un lado y a su señora por otro, que andaban buscándose el uno al otro, sin encontrarse. Son esa clase de cosas, ese buscar sin encontrar, las que explican que Dieste no diese con su santa en la esquina de Cortefiel, pero sí diese con las historias e invenciones de Félix Muriel.
Una vez en la esquina de Cortefiel lo suyo es dejar que el semáforo (que es muy tardón) se ponga en verde dos o tres veces antes de cruzar, para poder escrutar con calma las guirnaldas, los pináculos y el torreón de la Casa Escudero. Luego, hay que descender en un lento y minucioso travelling cinematográfico por la calle Ferrol, caminando muy despacio, recorriendo con la mirada las galerías, los portales y los balcones, como si el tiempo nos diese igual. Y lo cierto es que el tiempo nos da absolutamente igual porque estamos mirando a la historia a los ojos.