Las «loibas» pisan con fuerza

ana f. cuba ORTIGUEIRA

A CORUÑA CIUDAD

Las bailarinas y el resto de calzado que diseña y comercializa el ortegano Francisco Maragoto se venden en toda España y han entrado en Francia

09 feb 2015 . Actualizado a las 13:26 h.

«Mi abuelo era zapatero remendón», cuenta Francisco Maragoto (Loiba-Ortigueira, 1966), el mayor de los nietos del Zapateiro de Loiba, como siempre se ha conocido a Antonio Maragoto, de 91 años. A Francisquito, como le llama el abuelo, le costó tres días llegar a este mundo, con ayuda de Campillo, el médico de O Barqueiro, en una casa atestada de zapatos. Así lo recuerda el iniciador de esta saga de comerciantes del calzado. O Zapateiro de Loiba confeccionaba, remendaba, formaba aprendices y vendía. Sus tres hijos han continuado con el negocio familiar y Francisco es el único de los cinco nietos que ha heredado el oficio.

«Mi padre (jubilado) y mis tíos (aún en activo) se dedicaron más a la comercialización, montaron un almacén (en Loiba) e íbamos a comprar a Elche, Fuensalida... Son viajes que recuerdo con mucho cariño, en un R 4 (hubo muchos R 4 en casa), con los calores de Castilla y mi abuelo, pecho al aire, con todas las ventanillas abiertas y a 120 por esas carreteras, tipo Alfredo Landa... Comíamos a la sombra de los pinos», evoca el responsable de Zacomardi S.L., la empresa constituida en 2014 -base de la marca Loiba Zapatos, registrada en 2010-, con oficinas y almacén en Bertamiráns (Santiago).

Francisco se ha dedicado siempre a la venta de calzado. «Me apasiona el diseño y vender resulta más gratificante si creas tú y tienes tu marca. Vendía y vendo, soy comercial de Chiruca para toda Galicia, pero me decidí (hace casi un lustro)», relata. Y empezó a idear bailarinas y las loibas, como las bautizó en homenaje a su abuelo, ya pisan con fuerza en España y se están introduciendo en Francia. La primera colección de bailarinas «llamó mucho la atención», asegura, porque cada modelo llevaba el nombre de un lugar de la parroquia de Loiba. Así, topónimos como Penas do Lombo, donde nació, Aroxo o Picón han vestido centenares de pies. «Parece que tuvo un hueco y seguimos luchando, no es fácil asentarte en el mercado», reconoce.

 

Ahora diseña, «con apoyo de gente que sabe mucho de esto», todo tipo de calzado, que se fabrica en un taller de Elche y se distribuye desde el almacén de Santiago. «Solo conocemos la piel, forros de piel, acolchados de verdad, con silicona, no con esponja. Apostamos por la calidad ante todo, porque la salud entra por los pies», remarca. «Vender es ilusionar, sorprender...», sostiene este experto, que identifica todos sus productos con el lema Alma gallega, «porque están hechos con un poquito de aquí, los cuidamos mucho». Maragoto trabaja mano a mano con Mónica Fuentes, directora comercial y responsable del área textil de la firma (contratan la confección a talleres santiagueses), que nació después. En busca del concepto total look, «muy en auge». El cliente «puede vestirse de arriba abajo de Loiba».

 

 

Atrás quedan sus años de cantante y compositor del grupo de rock Punta Norte, de O Barqueiro, «fantásticos», y el calor sofocante de los campos de Castilla en el R 4, aunque sigue viajando a Elche y a Fuensalida, como aprendió de su abuelo Antonio.

«A tenda tiña fama de Viveiro ata A Coruña, e bos clientes»

«Ingresei no cuartel de Dolores para dedicarme á música, pero enfermei de artrite dunha rodilla e o comandante dixo ?tienes que aprender un oficio de estar sentado?», rememora Antonio Maragoto (Penas do Lombo-Loiba, 1923). Siguió el consejo, se hizo zapatero y montó un taller «nunha chabola». «Casei aos 21 anos, Manola tiña 16, eramos dous cativos e non tiñamos patacón. Meu sogro e meu avó, co que me criei, avalounos o préstamo de nove mil pesetas para facer a casiña», cuenta. No tardaron en desempeñarla. Él cortaba la piel y su mujer aparaba (coser las piezas). «Faciamos calzado a medida; cando a xente empezou a marchar a Venezuela, ata 15 pares ao día (...). Daquela xa tiña cinco aprendices, logo obreiros». Enseñó el oficio a medio centenar de jóvenes. En los tiempos más duros untaban el pan de la tahona de sus suegros en el hueso del jamón. «Pero fomos felices». Su esposa, «a mellor, unha santiña do ceo», falleció hace 13 años y guarda «68 fotos dela». «Teño a mellor familia do mundo, tres fillos, cinco netos e tres bisnetos», repite con orgullo. Con lucidez y humor evoca los tiempos de penurias -«¡quéixanse agora!»-; las ferias de Loiba, A Barqueira, Mañón o Mera, donde vendía calzado; la tienda que regentó con su mujer durante 62 años, donde se podía encontrar de todo, «con fama de Viveiro ata A Coruña e bos clientes, notarios, médicos...»; los viajes en la vaca del autocar de motor de leña; las rutas por España para comprar zapatos; el viajante de Celanova que compraba mil pares cada vez para sacar mejor precio; o el terrible incendio del almacén (hace unos 38 años). «O negocio sempre foi medrando, cumprindo con todos, deixei a porta aberta para os fillos», remarca. Antonio sonríe, satisfecho, al hablar de su nieto Francisquito y la empresa que fundó.