La cena baile

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

A CORUÑA CIUDAD

08 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En esta tierra gallega hay muchas singularidades que han alcanzado la categoría de tópicos de marca, como lo de no saber si se sube o baja la escalera, el pulpo, las meigas, la queimada, el Camino, el marisco o el acento. Como suele ocurrir en estos casos, esos tópicos, no son más que la punta del iceberg de la singularidad que atesora en sus adentros y que si uno profundiza es cuando resulta aún más peculiar y hermosa.

Una de las cosas que más me fascinan y a la que no me resisto a asistir cada año son las cenas baile. Un fenómeno que se da en el territorio rural o semiurbano de los alrededores de Coruña y no se dan en ninguna otra parte del mundo conocido.

La cena baile no tiene nada que ver con otros tipos de reuniones sociales existentes en otros territorios nacionales como los txocos vascos o los sopás de agermanó catalanes. Las cenas baile no son solo fiestas: son auténticos rituales telúricos.

Se dan en locales que tienen que ser amplios y presentar un look algo opulento y excesivo aunque con un punto enxebre. Tiene que disponer de una orquesta en vivo y con vocalistas voluptuosas. El repertorio musical es heterodoxo pero son inexcusables las rancheras, pasodobles, cumbias, y -ya en el clímax- la conga o el chucuchú del tren.

De la cena baile gusta todo y gusta a todos los asistentes, porque no hay aborigen que no sucumba a la fartura de un clásico nacional: salpicón, croquetas, empanada, mariscos; cordero o churrasco y rape o bacalao. El postre tienta entre la tarta contesa o al güisqui, filloas y flan con nata. Café de pota con jotas, chupitos y copas a cañón. El blanco tiene que ser de aquí y el tinto de Rioja.

La sociología de la cena baile abarca cualquier edad y condición, admitiendo todo tipo de estilismos y grupos.

Apurados los cafés, comienza la música, arrancándose los más adictos que suelen ser paisanos y paisanas mayores que bailan disfrutando la pieza como un lirón en un cesto jugando con un merengue -Quessada dixit-. En pocos minutos la pista se convierte en un Aleph del país, un candomblé a ritmo de muñeira. Comienza entonces la fase de «dramatización» en los que unos se convierten en toros embistiendo con los índices a la parienta al son del pasodoble, y otros se rompen el pecho a golpes afirmando seguir «siendo siempre el rey».

Frisando las tres de la madrugada, arranca la conga o el chucuchú y a partir de ahí ya es negociado del coche escoba. Eso sí, la parroquia se retira con una dignidad asombrosa.

Hay que vivirlo.