El servicio echará el cierre tras 15 años funcionando si no logra apoyos
14 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Toca judías, rollitos de jamón y queso, y ensalada. De postre, yogur o fruta. Van llegando y se sientan. Algunas son mujeres. Hechas y derechas. La mayoría, sin embargo, son muy jóvenes. Tanto que las hay que apenas rozan la preadolescencia. «Hemos tenido niñas de nueve años», advierten en la Asociación de Bulimia y Anorexia de A Coruña (ABAC). La hora de comer es, en el pequeño local de la calle Canceliña, toda una lucha contra fobias propias capaces de condenar a muerte. Son las personas afectadas por trastornos de la alimentación. La otra guerra contra el hambre.
«Si no conseguimos fondos, tendremos que cerrar», advierte a modo de diagnóstico a corto plazo Marina Tallón, médico y presidenta de ABAC. El amenazado es un servicio que lleva quince años funcionando y que en la actualidad presta apoyo a 22 jóvenes porque «no tenemos capacidad para más». Los fondos de los que ahora disponen gracias a los patrocinadores de siempre y a los socios sufrirán un drástico recorte con el cambio de año y la situación se hará «insostenible», asegura la portavoz de una entidad que ve cómo los recursos se desvanecen casi al mismo ritmo que se incrementa la demanda para algo más que mesa y mantel. Es el comedor terapéutico, parte esencial de un tratamiento que nunca es corto.
«No existe una alternativa similar en toda España», explica la responsable de una asociación que desde 1994 ha buscado apoyar a las familias para hacer frente a unos trastornos que acaban minando la salud de quienes lo padecen y, al tiempo, de todo su entorno. Para ellas (se trata de patologías que siguen siendo mayoritariamente femeninas) la asociación subvenciona parte de un comedor que forma parte del tratamiento de las pacientes, que también reciben ayuda psicológica y psiquiátrica. El coste, unos 600 euros al mes por aprender a comer de nuevo. La asociación subvenciona algo más de la mitad, salvo en aquellos casos en los que las familias no pueden asumirlo, para lo que se beca a las enfermas. «No podemos permitir que nadie se quede sin tratamiento por no tener dinero, pero con la crisis cada vez son más, y sin patrocinadores no podremos continuar», insiste Tallón.
El comedor de rehabilitación nutricional, como lo define Mariana Pla, psicóloga y responsable del servicio, es una medicina con una finalidad primordial: «Se trata, sobre todo, de que pierdan sus miedos». Al tiempo que las muchachas se enfrentan a la nada sencilla tarea de aprender de nuevo a comer, lo hacen asumiendo pequeños retos que acortan el camino hacia la curación: cantidades normales y variedad. Les lleva su tiempo, pero es posible. «No quiere decir que no haya abandonos, pero el porcentaje de éxito es muy alto, porque no solo trabajamos su recuperación física, sino también la emocional».