El asesino de los mellizos los mató porque uno tiró un reloj al suelo

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Dijo que ya estaba «nervioso» porque su novia no quiso mantener relaciones

19 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Mató a dos niños de 10 años de manera salvaje hace ahora tres meses y ayer lo contó como si nada, sentado frente a las partes con los pies encima del estrado. En una actitud chulesca que solo apaciguó cuando la jueza lo puso en su sitio, Javier Estrada relató lo sucedido en el tercero del número 13 de la calle de Andrés Antelo, en A Coruña. Sin necesidad de tirarle de la lengua, el autor confeso del doble crimen relató que aquel 21 de agosto no tenía un buen día.

Apenas había dormido la noche anterior. Estaba «nervioso y enfadado» porque su compañera y madre de los niños no había querido mantener relaciones con él. Enfurecido por ello, quedó en casa al cuidado de los críos, pues su pareja se había ido a trabajar. A mitad de mañana decidió explicarles el funcionamiento de los relojes de aguja. Los pequeños no sabían leer la hora y por mucho que él les explicaba no avanzaban. Se enfadó y uno de ellos cogió el despertador y lo tiró al suelo. «Ahí me puse muy nervioso», recuerda. Fue cuando cogió la barra de un armario y se fue hacia ellos. Adrián corrió hacia la habitación, mientras que Alejandro se fue a la cocina. Lo siguió y empezó a darle una y otra vez hasta que lo dio por muerto. Fue entonces en busca de Adrián. Al entrar en la habitación, el crío intentó enfrentarse a él, pero lo redujo de un solo golpe. Continuó agrediéndolo hasta que se le rompió la barra. Buscó otra arma y la encontró en la bicicleta. Le sacó el sillín y le dio con la parte del hierro en la cabeza. Entonces escuchó ruidos en la cocina. Alejandro agonizaba. También a él le dio con el sillín.

Llamada policial

Inmediatamente después, cogió el cuerpo de Adrián y lo llevó a la cocina, donde yacía muerto su hermano. En una especie de macabro ritual, los acomodó uno al lado del otro, exactamente en la misma postura, con sus cabezas giradas, como si estuviesen durmiendo. Limpió la sangre del pasillo, llamó a la policía y esperó sentado a los agentes. La escena del crimen era horrible. Hay funcionarios que acudieron a ese piso tras el doble homicidio, curtidos en mil envites, que aún hoy confiesan que se despiertan por la noche con imágenes que «jamás» habían «visto o imaginado».

Tras relatar el doble homicidio, Javier Estrada habló de la relación que mantenía con la madre de los pequeños, María del Mar Longueira. Recordó que la había conocido a través de una agencia de contactos matrimoniales. En cuanto la conoció no buscó otra. Se gustaron y no había pasado ni un mes cuando decidieron vivir juntos en ese piso del barrio coruñés de Monte Alto. Al principio, el hijo mayor de su compañera residía con ellos, junto a los mellizos. Pero a las pocas semanas abandonó la vivienda. Lo hizo, según confesó el joven a escasas horas del homicidio, porque no se fiaba de Javier Estrada.

Quien sí se fiaba era María del Mar Longueira, una mujer que nunca ocultó que el homicida, hasta que sucedieron los hechos, era el hombre de su vida. La relación entre ambos era buena, según reconoció Javier Estrada, si bien el carácter inquieto de los pequeños provocaba roces en la pareja. Pero era ella la que les pegaba, no él, según afirmó. Dijo que los quería aunque muchas veces lo sacaban de quicio, «pues eran muy traviesos y revoltosos». Pero jamás les puso la mano encima, dijo. «No los maltraté, siempre estaba pendiente de ellos, de sus deberes. Los quería mucho», sentenció.

Explicó que tanto él como su novia querían tener un hijo, pero sus problemas de fertilidad los abocaba a la adopción. Mientras que eso no llegaba, según afirmó, intentaron pedir ayuda a la Administración para mejorar el comportamiento de los pequeños, sin descartar su ingreso en un centro especial.