Galicia ya abanderaba el sector termal español en el siglo XIX

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Presentan el primer libro sobre la historia de los balnearios gallegos

16 feb 2011 . Actualizado a las 12:54 h.

El año 1826 representa la mayoría de edad del termalismo español, porque es la fecha en que se establece por primera vez el marchamo oficial de balnearios, con el que el colectivo médico distinguía a aquellos que tenían unas condiciones sanitarias adecuadas. En aquel momento había en España 30 balnearios con marchamo oficial, de los que cinco eran gallegos: Caldas de Cuntis, Caldelas de Tui, Cortegada y los dos de Caldas de Reis». Así lo recoge Luís Alonso Álvarez, catedrático de Historia e Institucións Económicas de la Universidade da Coruña, en su libro O lecer das augas. Historia dos balnearios de Galicia, 1700-1936, presentado anoche en Santiago. «Es casi imposible -dice el autor, que contó con la colaboración de un equipo de investigadores- concretar cuál fue el primer balneario de Galicia. A los primeros que tuvieron marchamo oficial se incorporaron enseguida los de Carballo, Arteixo o Verín, pero es que la mayoría de ellos existían ya en el siglo XVIII sin marchamo. Es decir, sin médico». El libro, editado por Galaxia, es el primero que detalla la historia de los balnearios gallegos, cuyo renacer comienza a principios del XVIII. Para Luís Alonso hay dos claves en ese momento: «Un gusto europeo por el termalismo que se extiende por España de la mano de los borbones y la pervivencia en Galicia de la tradición popular de tomar las aguas, que se remonta a tiempos de los romanos». La «belle époque» Galicia asiste al florecer de su sector termal en la segunda mitad del XIX. La belle époque pone de moda las termas y se imponen instalaciones de alto copete como La Toja o Mondariz. «Pero no siempre fue así -aclara el autor-. Los del XVIII acogían en un simple alpendre la fuente en que las personas se bañaban por turnos. Llegaban hasta allí a caballo, con sus propios muebles en los carros porque no había dónde alojarse». El baño era gratuito, aunque «hay constancia de un cura de Carballo que cobraba por el uso de la fuente». También el enfoque médico ha cambiado considerablemente. Vista hoy, «sonroja» la lista de enfermedades que se curaban en los balnearios. Carballo, por ejemplo, «atendía las heridas de guerra, y es evidente que el reposo iba muy bien a los convalecientes, pero el balneario de Panticosa, en Huesca, estaba especializado en tuberculosis, así que si alguien no la tenía, pues ya la cogía allí», sostiene Alonso, que recuerda que a finales del XIX cambió el paradigma, reorientándose los beneficios hacia la salud de la mente. El negocio contempló siempre ayudas económicas, de manera que hace dos siglos disfrutaban de un descuento «los militares que venían de la guerra», mientras que «los pobres de solemnidad no pagaban por el uso o tenían que abonar solo una cantidad simbólica».