Así nació y así vive el Barrio de las Flores

Ángel Varela

A CORUÑA CIUDAD

03 may 2010 . Actualizado a las 11:19 h.

La construcción del Barrio de las Flores a mediados de los sesenta supuso una de las obras más adelantadas a su tiempo en la historia urbanística de A Coruña. Más de cuarenta años después, los alumnos de Arquitectura acuden en peregrinación cada año para visitar un asentamiento que estudiosos como Miguel Toba -autor de la obra de referencia José Antonio Corrales. Unidad vecinal nº 3- califican como «una de las piezas de la arquitectura residencial más importantes del movimiento moderno». Aunque la gran referencia del barrio es la que titula el volumen de Toba, que englobaba equipamientos como el centro parroquial o la guardería, en las otras unidades vecinales del barrio trabajaron arquitectos del prestigio de Andrés Fernández Albalat o Ignacio Bescansa.

La obra fue ideada a partir del Plan General de Ordenación Urbana aprobado por el consistorio a mediados de los años sesenta, y que preveía la construcción de un gran área residencial al este de la principal vía de acceso a la ciudad. La iniciativa estaba promovida por la Organización Sindical del Hogar, que destinó un terreno de 17 hectáreas para construir unas 2.000 viviendas. Los pisos serían luego adjudicados a través de un sistema de promoción pública que preveía que los propietarios amortizasen el pago de los pisos a través de pagos mensuales que se podían extender decenios. Ese esquema inicial fue dividido en cinco unidades vecinales de 400 viviendas, que fueron encargadas a los arquitectos José Antonio Corrales, Andrés Fernández Albalat, Jacobo Losada, Ignacio Bescansa y José Luque Sobrini.

Una prostituta como contacto

En el libro de Miguel Toba, Milagros Rey, que formaba parte del equipo técnico, recuerda como fueron los inicios de un proyecto que en primer lugar tenía que llevar a cabo las expropiaciones: «Si salimos adelante con las expropiaciones fue gracias a una prostituta alcohólica, conocida como Rabo de Cocho . Iba a los lavaderos o allá donde se reuniesen las mujeres, y les soltaba un discurso. ¡Al final acabábamos todos abogando por la lucha contra los explotadores! Rabo de Cocho les contaba que allí se iban a hacer unas casas bonitas y modernas. Sin parangón posible con aquellas casuchas donde estaban viviendo con unos inquilinatos inaguantables. ¡Las convenció maravillosamente bien!».

En el prólogo del documentadísimo volumen de Miguel Toba, el decano del Colexio Oficial de Arquitectos de Galicia (COAG), Celestino García Braña, explica una de las señas de identidad del Barrio de las Flores: la distinta tipología de sus viviendas, que van desde pisos hasta viviendas unifamiliares, e incluso incluían unas galerías comerciales a mitad del edificio, aunque muchas de ellas nunca llegaron a funcionar. «Lejos de dividirlas en bloques específicos, [arquitectos como] Corrales las agrupó de modo aún más inteligente, dando lugar a un conjunto en el que figuran desde bloques de ocho plantas a pequeñas edificaciones unifamiliares de dos plantas o, incluso, espacios específicos para el comercio, oficinas o guarderías [...]. El tamaño permitió a Corrales explotar diferentes tipologías de viviendas, desde apartamentos de dos dormitorios hasta viviendas de 150 metros cuadrados, pasando por pequeños conjuntos de viviendas unifamiliares en agrupaciones volumétricas magistralmente conectadas», explica Miguel Toba en su libro.

Viviendas de lujo

Una de esas viviendas unifamiliares de los años sesenta se vende ahora como chalé de lujo, después de que un estudio de arquitectura lo haya remodelado completamente. Y es que el crecimiento de la ciudad ha permitido que el Barrio de las Flores haya perdido su carácter periférico. Ahora se pueden encontrar pisos de 120.000 euros junto a chalés que pueden superar los 600.000.

Uno de los elementos arquitectónicos más definitorios del barrio es su impresionante centro parroquial, desde donde el padre José María Fernández tanto celebra misas desde su moderna capilla, como supervisa las clases de manualidades que los vecinos reciben en las amplias dependencias del centro parroquial. Sin embargo, el flamante aspecto que ahora presenta el centro no tiene nada que ver con el que tenía a mediados de los setenta. Y es que tras la finalización de su construcción en 1972, los promotores públicos abandonaron el edificio a su suerte. «Desapareció todo: puertas, calefacción, instalación eléctrica, e incluso la mayoría de las rejas de metal», explica José María Fernández. La actual capilla llegó a ser conocida como la piscina (el agua la anegaba) por unos vecinos que veían como el centro era ocupado por indigentes que vivían en un edificio modélico para su época, y que incluso contaba con tabiques que se podían mover con el objetivo de cambiar el espacio de algunas estancias. Tras su reconstrucción a mediados de los ochenta por la diócesis, el visitante todavía puede volver a disfrutar de las avanzadas soluciones constructivas pensadas por el arquitecto José Antonio Corrales.