La breve batalla del oficial Hall

A CORUÑA CIUDAD

Llegó a Corcubión a bordo de la «Endymion» para ayudar a combatir a los franceses y escribiría, en 1831, un extenso relato sobre aquellos hechos y sobre la derrota local

12 abr 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Son variadas y abundantes las fuentes que hablan sobre los tristes días de abril de 1809 en Corcubión. Fue entonces cuando los franceses arrasaron la localidad. Mañana se cumple el bicentenario del primero de los dos ataques, muy bien documentado por distintos historiadores locales.

Pero más allá de los hechos concretos y contrastados con distintas fuentes, vale la pena rescatar del polvo de las bibliotecas un libro, el que escribió Basil Hall en 1831 sobre aquellos hechos, a los que dedica cerca de un centenar de páginas dentro de su obra Fragments of voyages and travels .

La parte dedicada a Corcubión fue traducida por Amalia Salvado López hace unos años, pero todavía es posible dar con algún ejemplar de la primera edición de esa obra.

Basil Hall, que llegaría a ser capitán, se conformaba a los 21 años con ser oficial a bordo de la fragata Endymion , de la Marina de Su Majestad. Aquel romántico escocés empezó su periplo gallego en A Coruña, a donde el navío llegó a puerto el 8 de noviembre de 1808. Era el joven Hall un romántico al uso, deseoso de conocer exóticas costumbres y nuevos mundos.

Llegó a A Coruña, como otros miles de compatriotas suyos, para hacer frente al despliegue francés en España. Pero su guerra tardaría en llegar, y durante un tiempo se dedicaría a lucir uniforme por la ciudad. Cuenta que bebía en las pulpeiras coruñesas brindando con los vecinos a la salud de Fernando VII y que aprovechó su estancia para acudir a la ópera y al ballet y a escuchar boleros y fandangos, ni más ni menos.

La diversión no acabó allí, porque la nave tuvo como segundo destino Vigo, «el lugar más romántico», donde pasó los días de tertulia con los locales y divirtiéndose de casa en casa bailando valses, escuchando conciertos y disfrutando de bailes regionales. Allí escucharon por primera vez, en diciembre, que el ejército británico pasaba por problemas y se retiraba, así que en enero zarparon hacia A Coruña para recoger a las tropas de Sir John Moore. Pero esa es otra historia.

Tras la precipitada huida de A Coruña, la Endymion recala en Portsmouth, donde nuestro héroe se aburre alejado de sus soñadas aventuras. Volvería a vivirlas, curiosamente, en Corcubión. Navegaban frente al Cabo Fisterra, a principios de abril, cuando un barco español les pidió ayuda. Y allá que se fueron a Corcubión, donde viejos y jóvenes los recibieron con besos y abrazos, «de acuerdo con sus costumbres, pero de una manera demasiado repugnante para nuestras costumbres del norte». En el bonito pueblo repartió el capitán tabaco antes de atender a las peticiones locales. Con el teniente Charles Thruston como intérprete supieron que los vecinos pedían armas para echar a los franceses más allá de los Pirineos. Allí tuvo conocimiento de la Junta de Defensa de Corcubión, cuyo poder se disputaban el cura Pedro Lapido -a la postre el jefe- y el militar Caamaño, «cuyos conocimientos del arte de la guerra iban poco más allá del manejo del mosquete».

Los buenos corcubioneses estaban lanzados y su alegre osadía era contagiosa, «y empezamos a pensar que realmente estábamos destinados a ser los liberadores de España», cuenta Hall, a quien la ilusión le duraría poco.

De las costumbres locales no habla maravillas. Lapido los invitó a comer «un inmenso cordero y cuatro o cinco platos más de cuya calidad no hago especial mención en mis notas». Aún tendría más tropiezos gastronómicos, pero más duros serían los bélicos. «No había aprendido todavía que el mero hecho de poner armas en manos de los hombres, e incluso de formarlos como cuerpos de ejército y llamarlos a filas, no podían convertir a hombres sin disciplina en auténticos soldados». La verdad es que Basil Hall no dedica muchos piropos a las dotes militares de la Junta de Defensa: «Esos respetables políticos de pueblo no tenían la menor noción de su total incapacidad en asuntos bélicos», cuenta. Y es que ni controlaban al enemigo ni atendían a los consejos que pedían a los ingleses. Y así resume el escocés lo que pensaba de la Junta tras sus desastres: «Una cosa estaba bastante clara para nosotros, que si la Junta hubiera sido el mayor traidor del mundo, en vez de haber sido los más sinceros, pero también los más obtusos y tercos de los patriotas, difícilmente hubieran podido hacerle el juego al enemigo mejor de lo que se lo hicieron».

Y es que el 13 de abril de 1809 apenas hubo batalla. Los de la Junta se fueron a Paizás (Vimianzo) a esperar allí al enemigo, que entró por el camino a Santiago desde la Armada sin apenas encontrar resistencia. Es más, cuando Mr. Thruston dio con las tropas, muchos habían puesto pies en polvorosa. Los pocos cientos que llegaron tras la quema de Corcubión, lejos de castigar a los franceses, salieron corriendo.

En otro alarde de inteligencia bélica, el bueno de Caamaño convencería a los ingleses de meter la fragata en el puerto para levantar los ánimos de los derrotados corcubioneses. Solo lograría que los franceses, avisados por sus espías, enviaran entre 2.000 y 3.000 hombres para tratar de hacerse con la Endymion . No lo lograron, y Corcubión -y las iglesias de Cee y de Corcubión- lo pagarían por segunda vez. Aún volverían a tierra los ingleses a echar una mano con provisiones, ropas y ayuda para reconstruir los edificios y dar cobijo a una treintena de vecinos a los que dejarían en Vigo. «Por supuesto, no se volvió a hablar de resistencia».

Y Basil Hall, tras aquellos hechos, no volvería a pisar la Costa da Morte, aunque sí otros muchos países de cuyos viajes dejaría constancia en varios libros. «Es curioso que, desde entonces y hasta ahora -escribe en 1831-, nunca he sido capaz de saber el destino de Corcubión, si prosperó o si todavía existe». Todavía existe, señor Hall, y algo prosperó desde entonces.