Rehabilitan la casa donde Juana de Vega vivió su gran amor

Rodri García A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

EDUARDO

Algunos historiadores califican esta vivienda como un «santuario» Desde una ventana vio pasar al general Mina «y nunca olvidaré la impresión que en mi hizo», escribió en sus memorias

04 oct 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

?s una casa más de la calle Real, al menos aparentemente. Tiene el número 56, acaba de ser rehabilitada, como ha ocurrido con un buen número de inmuebles de esa calle, y tiene en su bajo un cartel también habitual: «Se alquila...». Más normalidad: uno de los pisos está ocupado, desde hace años, por unos inquilinos y otro podría ocuparse en breve, una vez acabadas las mejoras. Detrás de toda esa normalidad se esconde un significativo trozo de la historia de la ciudad, e incluso de Galicia. Hay historiadores como José Antonio Durán que hablan de este inmueble como la casa-santuario, si bien esto era algo que ocurría allá por las primeras décadas del siglo XIX cuando habitaba la vivienda Juana María de la Vega y Martínez. Ella misma narró en sus memorias íntimas, que acaban de ser publicadas por José Antoni como empezó una asombrosa historia de amor: «Nunca olvidaré la impresión que en mi hizo la vista de Mina; de aquel Mina de quien tanto había oído hablar y cuyas proezas, referidas por mis padres con gran entusiasmo, se habían grabado en mi (...). Le vi pasar montando en un soberbio caballo y asistido de un numeroso y lucido acompañamiento que salió a esperarle a bastante distancia del pueblo. Tenía Mina entonces treinta y siete años, conservaba toda la fuerza y gallardía de la juventud, su semblante era muy agradable y varonil, su mirada penetrante y expresiva. Vestía traje negro...». Era la entrada del general Espoz y Mina en A Coruña como capitán general de Galicia. Más sorprendente fue cuando, al cabo de un cierto tiempo, un amigo de los padres de Juana de Vega y de Espoz y Mina, Andrés Rojo del Cañizal espetó a la joven el siguiente mensaje: «El general ha sabido, no sé cómo, que sus padres de usted la dejan en libertad de hacer su elección, y ha querido que venga a preguntar a usted si se halla comprometida, y no estándolo, si querrá usted admitirle por esposo». Tras la sorpresa inicial hubo boda y la silenciosa y discreta influencia de la mujer hizo que acabara siendo llamada la Generala. Lo que se entiende por normalidad volvió a romperse tras la muerte del general, cuando Juana de Vega logró todo tipo de permisos para la casa-santuario que José Antonio Durán define en su último libro Los Vega: «El salón verde y el oratorio propiamente dicho (nucleado por la cama y el ataúd, con el cuerpo uniformado del general, como en el entierro barcelonés, objeto inmediato de visita)». El 3 de abril de 1837 desembarcó en A Coruña el cuerpo embalsamado de Espoz y Mina y la cama donde había fallecido. Todas la noches, en el salón del segundo piso de la casa, se reunían unas cuantas personas, una tertulia que empezaba a las nueve y acababa a las once; el color verde de los liberales lo dominaba todo y un testigo presencial recuerda que allí conoció a Concepción Arenal que, con Juana de Vega, «calcetaban, vestidas de negro, a la inglesa, sacos negros lisos y usaban mitones de seda». Cuando murió Juana de Vega pidió que el corazón de su marido se enterrara con ella y así consta en la lápida que cierra su tumba, y la de sus padres, en el cementerio de San Amaro. Todo esa asombrosa, y callada, historia de amor, y de vida, se esconde tras las galerías de una casa más de la calle Real, que acaba de ser rehabilitada, y en cuyo bajo se puede ver un cartel: «Se alquila...».