Carlos Arévalo: medalla en Tokio para el soldado que nunca se rindió

Pablo Penedo Vázquez
Pablo Penedo REDACCIÓN / LA VOZ

BETANZOS

PROPIA

Tras quedar fuera del K2 200 de Río, el kayakista de Betanzos se ha cobrado la recompensa a su resiliencia, sacrificio y la inteligencia de dejarse arropar por un entorno privilegiado

09 ago 2021 . Actualizado a las 11:44 h.

Cuando Carlos Arévalo López (Betanzos, 1993) regrese a su puesto de soldado en el Regimiento de Infantería Número 3 de Cabo Noval, Asturias, lo hará con una medalla olímpica reflejando la victoria en su primera gran guerra sobre el kayak. Y lo que es más importante todavía para cualquier militar de carrera que se precie, habiéndolo hecho con una honorable hoja de servicios, de esas con las que Hollywood manofactura sus clásicos del género de la superación personal. Con el mérito de levantarse del suelo cuando muchos, la mayoría quizá, habrían izado la bandera blanca. Aprendiendo que en las grandes guerras la victoria final se forja a fuego lento; no solo sobre las batallas ganadas sino, y sobre todo, aprendiendo de las más duras derrotas.

Larga y no exenta de dificultades resultó la instrucción de Arévalo como tropa de élite del piragüismo mundial. Una carrera de fondo que empezó bajo palos. Los de la portería de fútbol de un equipo de Betanzos en el que ganar por goleada era la rutina. Cansado de no tocar bola, el joven guardameta de 8 años aceptó la invitación de Neftalí Paraje, entrenador de su hermano mayor, Hugo, a probar en el club de piragüismo local, el Ría de Betanzos.

«Miúdo e delgadiño; un esquío», Arévalo era «‘O que remaba con Gabriel’», su compañero de K2, alto y fuerte, recuerda Paraje. Hasta los 15 años. Fue entonces cuando haber nacido en diciembre empezó a dejar de ser un lastre físico respecto a muchos de sus rivales. Un momento de inflexión en el que el betanceiro se encontró con la guía de Sara Martí. En su breve paso por el Ría de Betanzos, la entrenadora canaria empezó a pulir las virtudes de Arévalo, pero, lo más importante, lo liberó de su primer lastre su vagancia por trabajar aquello que no traía de serie, confesada por él mismo.

Una plata nacional cadete en K1 le abrió las puertas del equipo nacional juvenil en Trasona, Asturias. Arévalo lo pasó mal en la transición hacia la élite. Lejos de casa por primera vez, velocista nato, producto de un club cuyos palistas moldean su palada al dictado de la selección natural de una ría de Betanzos de poco calado y corriente, que eleva la resistencia del agua, se topó con un grupo especializado en prepararse para los 1.000 metros.

Arévalo aguantó el tirón, y sus primeros podios internacionales en el K2 200 le mostraron la imagen a los Juegos de Río 2016 al final de un ciclo olímpico que arrancó con 19 años junto al viveirense Cristian Toro. Pero los resultados no acabaron de llegar y en la antesala de Río Miguel García, el entrenador que ya había tutelado a Saúl Craviotto en sus dos primeras medallas olímpicas, abrió un selectivo con el catalán y los gallegos para ocupar el K2 200. Hay quien opina que si en la pareja con Toro, Arévalo fuese el popa y no el marca, papel que borda Craviotto, se habría colgado con este la medalla en Río.

A Carlos le tocó encajar un golpe brutal, viendo desde su casa el oro olímpico del abanderado español en Tokio y quien había sido su compañero de fatigas cuatro largos años.

La retirada lo tentó. Pero el entorno privilegiado del betanceiro y su permeabilidad a sus buenos consejos lo devolvieron al cepo de salida hacia el siguiente frente olímpico: Tokio 2020. Los técnicos del Ría de Betanzos, Paraje y Javier Benito, lo convencieron para volver al club que preside su padre, Pedro Arévalo.

Con la ayuda en la cocina de su madre, Encarna, afinando la parcela dietética de su preparación, Carlos se colgó en ese mismo 2016 el bronce en el K1 200 del Mundial sub-23. Su hambre por el piragüismo seguía sin ser saciado.

Ejército y reseteo

El varapalo de Río reseteó la cabeza del betanceiro. Privado de las grandes becas, buscó en el Ejército una red de seguridad profesional y económica. El 22 de diciembre del 2017 completaba su instrucción en Cáceres, en la que terminaba sus duras jornadas de formación física metiéndose dos horas de coche para no perder contacto con el kayak en Mérida.

Al poco tiempo, Arévalo conseguía el traslado a su actual regimiento en Asturias y volvió a trabajar con el equipo nacional entrenado por un Miguel García que lo había seguido asesorando desde la distancia tras el cribado de Río. Carlos era otro. El Ejército, que había llamado su atención desde chaval, acabó de centrarlo en la gran misión deportiva de su vida. Su tesón y poderío lo colocaron en la órbita del K4 500. Y la renuncia de Toro, su ex, a un mes del Mundial clasificatorio para Tokio en el verano del 2019, fue la oportunidad definitiva que no dejó escapar.

Plata en Szeged junto a Craviotto, Walz y Germade, con la confianza y la autoridad de haber sido pieza indispensable en completar el cerco al K4 teutón en la antesala del gran asalto final, el betanceiro probó en el selectivo interno de la pasada primavera ser el mejor K1 200 del equipo nacional, ganándose el derecho a doblar K1 y K4 en los Juegos del país del sol naciente.

«Quiero dar el campanazo en Tokio», decía Arévalo en febrero del 2018 recién iniciada su carrera militar y todavía fuera del equipo nacional. A 189 milésimas de segundo estuvo de repicar el jueves en el K1 200 —quinto en la final—. Hoy, sus manos han ayudado a hacer resonar la señal de fiesta mayor en el campanario olímpico del piragüismo español.